Prólogo

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Gaia, pasaba su mano tan suave como la seda entre los marrones mechones de su hijo. Como siempre, le cantaba una nana para que el sueño le invadiese y se quedase al fin dormido. A Karan siempre le había encantado esa canción. Según su madre, en su tierra natal existía una leyenda que narraba como esa canción era cantada por las brujas a los niños huérfanos para atraerlos hasta sus fauces. Envuelto en un saco de oro y joyas se escondía una maquiavélica historia de terror.

Cuando empezó a cantarla juntó las cejas con concentración y se pronunciaron aún más las arrugas de su frente. Según articuló la primera palabra, un embriagador cosquilleo invadió el cuerpo del niño.

En ese momento le vinieron a la cabeza todas las maravillas que su madre le había contado sobre su tierra. Se extendía desde la linde de un precioso bosque hasta llegar a unos mortíferos acantilados. Se decía que el reino poseía animales que nunca antes se habían visto en otros lugares, y flores tan hermosas y de aromas tan dulces con los que ni la mismísima reina Ethari podría soñar. Pero Karan sabía muy bien que aquello no era verdad, su madre era de Byzantin, donde conoció a su padre.

Envuelto en sus pensamientos más profundos, imaginándose la más bella de las flores, Karan terminó por quedarse dormido con el eco de la voz de su madre vibrando sobre su pecho.

                                    ***

Cuando se despertó, unas gotas de sudor le resbalaban por la espalda, pero era incapaz de determinar si era por el calor que todavía desprendía la chimenea o porque el corazón le latía desbocado en el pecho. Era todavía noche cerrada y sus padres dormían al lado de las brasas aún palpitantes. Fuera llovía a mares y las gotas de lluvia repiquetean sobre el techo, como pequeños guijarros haciéndose añicos. Se levantó de la cama aún con el corazón acelerado sin saber muy bien porqué y se dirigió hacia la puerta. Cuando la abrió comprobó que, efectivamente, estaba cayendo una descomunal avalancha de agua.

Los vecinos habían resguardado su ganado y los caballos relinchaban como alma que lleva el diablo en los establos. No supo decir porqué, pero sentía como si un aura tensa y oscura se cerniese sobre la ciudad. Cogió un par de botas del suelo, se las puso rápidamente y salió a la calle para apoyarse sobre la balaustrada, donde se encontraba a buen resguardo de la lluvia. "Como siga lloviendo así el rio que pasa por en frente de casa se acabará desbordando" pensó.

Se quedó absorto mirando cómo las finas pero constantes gotas de agua caían sobre el embarrado suelo. Siempre le había relajado la lluvia y el sonido que esta producía al caer. Cuando llovía, todo el mundo corría sin levantar la cabeza para llegar cuanto antes a su destino y podía pasear tranquilamente sin que nadie se fijase en el. Era como algo mágico.

Seguía ensimismado cuando de repente comenzó a escuchar el eco de una canción que le resultó sorprendentemente familiar. Intentó descubrir de dónde procedía aquella melodía, pero era como si sus delicadas notas se extendiesen por toda la ciudad. Tranquilamente, miró de un lado a otro, intentando vislumbrar a alguien, pero nada. No había ningún alma en las callas. "Probablemente será Lorna Eve", pensó. Aquella mujer perdía la poca cordura que le quedaba con el paso de los días. No era raro encontrarla vagando sin rumbo por las calles de la ciudad, observando a los lugareños hacer sus tareas y pidiéndoles un poco de limosna como si su marido no fuese lo bastante rico como para permitirse cualquier lujo. A Karan no le habría extrañado que aquella noche de tormenta la pobre Lorna se hubiese desvelado, queriendo deleitar a toda la dormida ciudad con su triste melodía. Sin embargo... aquella canción era demasiado familiar. Karan se quedó ensimismado, intentado averiguar de dónde podría sonarle aquella canción. Pero cuando levantó la vista casi le dio un vuelco al corazón.

Del río tranquilo que transcurría no a muchos metros por delante de su casa, comenzó a emerger una masa de agua que poco a poco acabó adquiriendo forma humana. La misteriosa figura dio unos pasos al frente hasta llegar a la orilla del rio. Inclinándose un poco hacia delante, mientras se le mojaba la nuca, Karan consiguió ver más en detalle. Una mujer se encontraba frente a el, con los cabellos tan largos que le llegaban hasta las caderas. El pelo le cubría completamente la cara, pero dejaba al descubierto sus desnudos pechos.

De repente, la mujer ladeó la cabeza y Karan sintió un tremendo aguijón en el estomago, como si algo le estuviera desgarrando por dentro

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De repente, la mujer ladeó la cabeza y Karan sintió un tremendo aguijón en el estomago, como si algo le estuviera desgarrando por dentro. Se llevó las manos al vientre y acabó cayéndose al suelo del dolor.

—¡Ahhh! —gritó. El dolor era cada vez más fuerte y no podía parar de revolverse en el suelo. Consiguió girarse hacia el rio y entre las vallas de la balaustrada vio cómo la mujer avanzaba hasta su casa. Su paso era firme pero lento, y mientras andaba, la mujer retorcía lentamente los dedos de las manos.

Su madre, que había escuchado el grito, salió corriendo por la puerta.

—Ronar, quédate dentro con Karan! —gritó, justo antes de levantar a su hijo del suelo y meterlo corriendo en casa. Unos segundos después, la puerta se cerró con un estruendoso golpe y Karan se dio cuenta de que su madre no se encontraba en él salón de la casa. Se acercó con prisa a la ventana y la vio en medio de la calle embarrada, con el camisón completamente empapado, a unos pocos centímetros de la mujer desnuda.

La mujer, con una sonrisa en la cara, alzó el brazo derecho hacia donde se encontraba Gaia, como exigiendo saldar una antigua deuda. En ese momento, vio cómo el cuerpo de su madre caía desplomado en el suelo, sin vida, justo después de soplar unos negruzcos polvos sobre la misteriosa mujer. En ese momento, de la asesina comenzó a emanar agua. Sus brazos se deshicieron rápidamente en delicados hilos de agua que se fusionaron con las gotas de lluvia. Después, lo mismo sucedió con las demás articulaciones, el torso y la cabeza, hasta que sólo quedó una densa neblina que se fue extendiendo hasta cubrir toda la ciudad.

Sueños de Amor y Venganza I: La Azalea del AbismoWhere stories live. Discover now