Capítulo 4

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Truenos. La lluvia caía sobre el tejado como mortíferas flechas esperando a alcanzar su objetivo. Era noche cerrada y las gotas eran lo único que podía escucharse. De repente, un grito. Se levantó con prisa de la cama, sintiendo por todo el cuerpo la caricia de una suave tela. Un camisón. Se dirigió hacia la puerta de casa, que estaba abierta. Cuando salió se vio a sí mismo en el suelo, retorciéndose de dolor. Se acercó con paso ligero, levantó el cuerpo del muchacho, y lo llevo de vuelta a casa, donde su padre le esperaba con expresión de terror.

—Te quiero, Karan, nunca lo olvides

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—Te quiero, Karan, nunca lo olvides. —Le besó en la frente y pasó a mirar a su marido, apoyando una mano sobre su mejilla—. Ronar... Mi amor. Espero que algún día me llegues a perdonar. Hay tantas cosas que no te he contado... Cuida de Karan, por favor.

Cuando se hubo asegurado de que ambos estaban bien, giro sobre sí misma y volvió a adentrarse en la oscuridad. Tanto Karan como Ronar hubiesen querido salir y ayudarla con lo que estuviera pasando, pero de alguna forma no eran capaces de moverse, como si estuviesen anclados al suelo.

La lluvia era tan fría que le helaba los huesos. Sus pies descalzos avanzaban con decisión mientras su camisón pesaba cada vez más por el agua que absorbía. Sabía que tarde o temprano acabaría encontrándola. Su destino era inevitable, pero estaba preparada para asumirlo. Se paró a unos pocos metros de ella, lo suficiente para ver a la perfección su cuerpo desnudo, sus formas voluptuosas, los grandes pechos y las amplias caderas, hasta donde le llegaban los negros cabellos. Dio unos pasos más y esperó.

—Gaia, querida, fuiste una ingenua al pensar que no te acabaría encontrando. Has huido al otro lado del mundo, a vivir rodeada de esta miserable gente sin magia y, aún así, he acabo encontrándote. Puede que, al fin y al cabo, no fueses tan buena opción como pensé en su día. —La voz de la mujer era de ultratumba y hacia retumbar cada hueso de Gaia—. Pero me traicionaste. A mí, y a todas. Te llevaste algo que me pertenece, y vas a pagar con tu vida por ello.

—Adelante. Haz lo que tengas que hacer. Asumí mi destino el día que tomé la decisión de dejaros. —Gaia estaba tranquila, se había preparado durante años para ese momento, sus visiones nunca fallaban—. Toda la farsa que se esconde detrás de las Hijas de Khalibea acabará saliendo a la luz, ya me he encargado de eso. Sé qué tú no eres Galeia, no al menos la que eras antes, la Ceremonia te cambió, y no iba a permitir que a mí me sucediese lo mismo.

—Con que es eso. Descubriste mi secreto. Oh querida, si tan si quiera supieras toda la verdad... Lo que crees no es ni la mitad de retorcido. —Cuando terminó la frase alzó el brazo y los pies de Gaia se elevaron, dejándola suspendida a unos centímetros del suelo—. Ha llegado tu hora. Por fin voy a recuperar lo que es mío.

Gaia no entendía a lo que se refería. ¿Había más cosas que ella no había descubierto? Aunque las hubiera, ella no podía hacer nada, tenía que pensar con claridad y hacer lo que llevaba tiempo sabiendo qué tenía que hacer. Antes de que la mujer hiciese algo, Gaia elevó ambos brazos a la altura del pecho. Con una mano se tocó el dedo pulgar de la otra y encontró la protuberancia, el pequeño compartimento que había pegado sobre la uña. Lo abrió con prisa y sopló el contenido sobre Galeia. La mujer profirió un grito ahogado y dejó caer a Gaia, pero no iba a marcharse sin lo que era suyo. Sacudió el brazo con un golpe seco y una sombra negra se precipitó sobre Gaia, arrebatándole la vida.

Sueños de Amor y Venganza I: La Azalea del AbismoWhere stories live. Discover now