Dieciocho velas I.

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Tomé mi polvorienta guitarra y la rasgueé una, dos y tres veces. Estaba horriblemente desafinada. No tocaba desde la muerte de mi padre. Pero hoy, esta noche, la anterior a mi cumpleaños, tuve la necesidad.

La afiné para que sonara como Dios mandaba, y cerré los ojos cuando empecé a tocar los acordes que mejor conocía y los que más me relajaban, mientras modulaba, sin cantar, la letra.

Una paz familiar inundó mi ser, cada poro de mi cuerpo y cada retazo de mi alma se sentía perfectamente en su lugar. Era como si todas las respuestas de cualquier pregunta hecha vinieran a mi cerebro, como si tuviera el mundo entero en mis manos y pudiera manejarlo a mi voluntad.

Era algo tarde, las 11:50 de la noche. Cuando terminé de tocar mi canción, abrí los ojos y respiré hondo múltiples veces. Me puse a pensar qué me depararía mi decimoctavo cumpleaños, no sólo durante el día sino hasta que cumpliera diecinueve. ¿Podría sacar licencia? ¿Seguiría siendo amiga de Niall? El contrato expiraba dentro de dos meses. ¿Empezaría a salir a bares? ¿Trabajaría? ¿Me apuntaría a la Universidad? Mientras todos esos pensamientos atravesaban mi cabeza, el móvil empezó a vibrar como si no hubiera un mañana.

Antes de que siquiera pudiera tomarlo, mi madre y Emily entraron por la puerta y me abrazaron muy, muy fuerte.

—¡Feliz mayoría de edad! —dijo la pequeña.

—Feliz cumpleaños, bomboncito —me dijo mamá.

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Mamá me había dejado de llamar así el día que le grité que dejara de hacerlo frente a toda mi clase. Recuerdo que papá me contó que ella había llorado y que no le volviera a gritar así. De todas formas, ella jamás me había vuelto a decir “bomboncito”. A eso, súmenle que Emily estaba enorme, que recién volvía a tocar la guitarra, que mi padre no estaba con nosotras...

—Gracias, gracias, gracias. Las amo.

Respondí con un abrazo fuerte y un par de gimoteos, y cuando se separaron las lágrimas eran evidentes.

—¿Por qué lloras? —preguntó Em.

—Porque amarlas tanto duele, ¡y estoy feliz de ser mayor!

—Pero no te irás, ¿verdad? No nos dejarás como todas las adolescentes.

—Tendrán a este trasero —me señalé— molestando en la casa por un largo tiempo.

Ambas rieron y en unos minutos me habían dejado otra vez sola. Según mi celular tenía unos 20 WhatsApp, 15 publicaciones del muro en Facebook y mejor no decir cuántas menciones en Twitter (todo por ser la “novia” de Niall).

Primero abrí Twitter y, dejando algunos retweets al azar, publiqué “Apenas las 00:30 am y ya tantos mensajes... ¡Gracias!”. Después entré a Facebook, donde las publicaciones eran de gente del instituto o familiares. Respondí los más importantes y fui a abrir el WhatsApp.

Maddie, 8 mensajes sin leer.
Niall, 5 mensajes sin leer.
Zayn, 2 mensajes sin leer.
Harry, 1 mensaje sin leer.
Louis, 1 mensaje sin leer.
Liam, 1 mensaje sin leer.
Paul, 1 mensaje sin leer.
Brianna, 1 mensaje sin leer.

Esperen, ¡¿QUÉ?! Volví a leer y sí, tenía un mensaje de Brianna. Quería empezar mi cumpleaños en paz, así que me propuse dejar de odiarla. En realidad, ella no tenía ninguna culpa. Primer miré el de ella.

“Hey, Brooke, ¡felices 18, nena! Espero que te lo pases de maravilla, y no estaría mal que de vez en cuando te acuerdes de nosotros, jaja. Sonríe mucho hoy :), ¡nos vemos!”

Le respondí “¡Brianna! Muchas gracias, preciosa. Tranquila, aún no los olvido, jaja.”

Los de Paul, Zayn, Louis, Liam y Harry eran bastante similares. Por lo tanto, mi respuesta también lo fue. Abrí los de Maddie, dejando a Niall para el final.

Detrás de las cámaras » n.h «Where stories live. Discover now