Dieciocho velas III.

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—¿Brooke Miller?

— La misma —contesté enfadada por ser interrumpida en mi felicidad.— ¿Qué hacen aquí?

—¡Brooke! Cuida tu forma de hablar —me retó mi madre, pero la ignoré.

—No tardaremos mucho, cuando quieras acordarte ya nos habremos ido —contestó Beatrice.

—Eso espero, los escucho —recosté mi costado en la pared y crucé mis brazos.

—Tu padre, antes de morir, vino a nosotros a hacernos un pedido importante. Bueno, más bien, nosotros vinimos a él, porque como sabes estaba muy enfermo y... —empezó Charles.

—Al grano —corté.

—De acuerdo. El grano es que tu padre quería que vengamos el día de tu decimoctavo cumpleaños para entregarte esto —me pasó un papel rectangular.

Lo miré mientras el silencio inundaba la habitación, y me quedé impactada. Era un cheque con quién sabe cuántos ceros escritos.

—¿Por qué no se lo dieron a mi madre cuando lo necesitábamos desesperadamente? ¿O a mí?

—Según la ley, no podemos —contestó Beatrice.

—Debemos esperar, obligatoriamente, a que el primogénito cumpla dieciocho años —completó Charles.

Asentí con la cabeza, aún medio perdida en todo esto.

—¿Cuánto les debo? O lo que sea, me entienden. 

—Tu padre dejó todo pago en su momento, nosotros ya nos vamos.

Y sin más, los abogados de mi padre se levantaron y se retiraron de la habitación. Entonces esto era, la famosa “herencia”. Supongo que esperaba algo más... No me malinterpreten, no más dinero. Creo que con esta cantidad podría vivir toda mi vida sin trabajar. Solamente que no me dio los sentimientos que creía que llegarían. Era sólo un papel que indicaba plata. Yo esperaba algo más, un pedazo de alma de mi papá, por ejemplo.

 —Todavía no soy capaz de controlar mi economía —dije entregándole el cheque a mi madre.

Me fui directo a las escaleras, pero antes de que pueda poner un pie en el primer escalón, mi madre me frenó.

—Hay gente en el jardín esperándote —señaló con una sonrisa.

No contesté, habían arruinado mi humor por las siguientes dos horas, como mínimo. Bueno, eso pensaba, hasta que una pequeña de 3 años literalmente se colgó de mi pierna. Una carcajada salió de mi boca y una lágrima corrió por mi mejilla mientras la alzaba.

—¿Qué hacen aquí? 

—¿Es broma? —contestó él. —¡Es tu cumpleaños número 18!

Corrí a los brazos de James con una sonrisa en el rostro y Charlie todavía encima, recibiendo un cálido abrazo. Extrañaba sus brazos. Pensaba que él ya había desaparecido de mi vida. Después de casarse y tener a la pequeña Charlie, se habían ido a vivir a unas 7 horas en auto. Los boletos de avión eran lo suficientemente costosos para no viajar, y el viaje en auto era lo suficientemente largo para no venir. Ni siquiera en vacaciones. Y todo era culpa de...

—Feliz cumpleaños, Miller —dijo ella con asentimiento de cabeza.

—Gracias, Imogen —contesté, volviendo la atención a mi hermano.

Imogen. Ugh, ¿cómo decirlo? Usualmente en las familias, siempre hay alguien que no podemos ni ver, que no soportamos. Esa, para mí, es la maldita Imogen Carlil Smith. Pero no dejaría que arruinara mi decimoctavo (¡es mi nueva palabra favorita!) cumpleaños, y menos con Charlie y James aquí.

Detrás de las cámaras » n.h «Where stories live. Discover now