103: Hacha rota*

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—Deja que el mensajero le lleve esto a mi hermano—. Jing Shao frunció el ceño, ¿podría ser en el Palacio de Rui Wang también ha ocurrido algo?

—No—. Mu Hanzhang desdobló la carta y la leyó con atención. Jing Chen mostró cautela entre las líneas, parecía que no sólo era por un asunto del Palacio Rui Wang. —Le escribí al hermano diciéndole que todavía tenemos el medio paquete de hace tiempo, no le digas más.

Jing Shao asintió con su cabeza, aunque no sabía lo que sucedía, siempre era correcto escuchar a su Wang Fei. En la vida anterior, no recordaba nada sobre esa medicina en polvo, por supuesto que esto era porque aún estaba atrapado en el campo de batalla en el Suroeste en ese momento, y a estos asuntos triviales de conflictos cercanos a casa, simplemente no les  prestó atención, ni esfuerzo.

Cuando la carta fue enviada a la Capital, fue como un buey de arcilla entrando al mar*, sin mostrar alguna respuesta. Esperaron hasta los próximos diez días, pero la carta de Jing Chen tampoco llegó.

—Debe haber algo mal en la Capital—. Gu Huaiqing, quien llegaba a tiempo cada diez días para leer las cartas enviadas, no podía quedarse quieto. —Tampoco han llegado otras noticias de mi gente.

Cuando Mu Hanzhang escuchó aquellas palabras, algunos malos pensamientos surgieron en su cabeza. Durante este período de tiempo, el Cuarto Príncipe había estado demasiado tranquilo, además, él no es el único foco de atención de Rui Wang, por lo que esto originalmente era muy peligroso, pero Jun Qing estaba convencido de que por la prudencia de Jing Chen es ciertamente improbable de que vaya a hacer algo llamativo, y de ese modo, precisamente sería halagado por aquellas personas con aspiraciones.

—De ninguna manera, quiero regresar a la Capital para echar un vistazo—. Jing Shao se puso de pie. Si algo le pasaba a su hermano, todo lo que ahora está haciendo no tendría sentido.

—Wang Ye, un grupo de personas de afuera de la ciudad irrumpió en la ciudad de Pingjiang—. Los guardias se adelantaron para informar que aquel grupo parecía ser muy intrépido, y que lucían como si hubieran sido enviados por la casa imperial como piezas de juego; además, los guardias que cuidaban la puerta no se atrevieron a obstruirlos.

—Bastardos, no pueden cuidar de una puerta—. Jing Shao pateó simultáneamente a algunos jóvenes. Tomó su lanza y salió. Había un gran ejército parado en la ciudad de Pingjiang, que tiene un gran coraje para atreverse firmemente a aventurarse a ingresar.

—Hiiii~—. Tan pronto como caminó hacia la puerta, escuchó un sonido pulcro de los cascos de caballos. Frente a la entrada al Ruoshui Yuan, los córceles izaron sus cascos y se produjo un sonido nítido de relincho.

La persona que encabeza al grupo está vestida con un oscuro traje amarillo, con un frío rostro, sin ira, pero con una majestuosa apariencia; además, tiene hasta una séptima parte similar a Jing Shao, solo que sus ojos son como antorchas y están muy tranquilos, ¿quién sería sino Jing Chen?

—¡Hermano!—. Exclamó Jing Shao.

Mu Hanzhang y Gu Huaiqing salieron corriendo cuando escucharon el sonido y vieron a Jing Chen sentado en un corcel, con una docena de hombres vestidos de negro detrás de él, con una prolongada respiración y grandeza amenazante.

Cuando Jing Chen vio a su hermano, no pudo evitar sentirse aliviado, y de repente, ante sus ojos todo se oscureció inmediatamente y cayó desde su caballo.

—¡Hermano!—. Al ver esto, Jing Shao estaba a punto de ir a atraparlo; sin embargo, alguien fue más rápido que él, y vio a Gu Huaiqing saltar para agarrar con precisión a la persona entre sus brazos.

El flautista y el vaqueroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora