35. La felicidad que nos debemos

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—¡Joy!

Al entrar a la casa lo primero que hago es ir hacia mis hermanas, me arrojo al suelo y las sostengo con fuerza, no puedo dejar de llorar ni de apretarlas contra mi como si supiera que si las suelto ambas se esfumarían.

—Hermana lo siento...

—Joy lo siento tanto, nunca quise decir esas cosas de ti, nunca quise que te sintieras mal, yo lo siento tanto.

Me alejo un poco y una ola de alivio cae sobre mi cuando las veo sanas y salvas aquí, en nuestro hogar. Están aquí, no han desaparecido, están con nosotros.

—Shh, no tienen que decirme nada.

—Mamá dijo que estuviste buscándonos por todos lados —murmura Reda, justo en mi pecho donde tiene hundida su cabeza.

—Si, pero no las encontré...

Siento algo de culpa al decir eso, mi mente estaba en otro lado en el momento más importante.

—¡Pero eso no importa! —Lida se adelanta a decir, sus ojos iluminados por contener todas esas lágrimas que no puede dejar ir—. Lo que importa es que nos buscaste...

—¡Si eso significa que todavía nos amas!

—¡Por supuesto que las amo! ¡Siempre lo he hecho y siempre lo haré!

Limpio sus mejillas y beso sus frentes, mi corazón nunca se había sentido tan lleno de amor como en este momento. Mis padres se acercan a nosotras y nos abrazan también, envolviendonos en el calor familiar que tanto nos hacía falta sentir.

Todo se va a solucionar, volveremos a ser una familia como antes, volveremos a estar bien.

—Vamos a comer algo y luego a dormir. Ha sido un día largo y agotador.

Mamá insta a mis hermanas a ir primero y las sigue muy por detrás, mientras papá quien también tiene los ojos llenos de lágrimas sin derramar me da la mano para ayudarme a levantar.

Nos quedamos observando unos segundos, en completo silencio, contemplando todas esas cosas que pudieron haber sucedido y que gracias a Dios no lo hicieron. El alivio, el enfado y más emociones traspasan su rostro y probablemente el mío también.

Paso saliva, combatiendo el gran nudo de mi garganta, porque no quiero verme indefensa frente a él, no quiero que él piense que no soy fuerte. Quiero demostrarle que puedo ser fuerte, sin embargo, siento como las lágrimas pican en mis ojos y todo lo que sentía que se derrumbaba tiempo atrás, está sobre una superficie aún más endeble, lista para caer frente a mi.

Él me mira un instante, su peculiar sonrisa apareciendo sin ninguna emoción en particular, solo intentando calmar las aguas inquietas en las que ahora viajan mis pensamientos. Y para ser sincera, no hay nada distinto en ese gesto, solo es mi padre intentando hacerme sentir mejor de una manera silenciosa, pero para mi en estos segundos, es como el salvavidas que tanto necesitaba.

Ahí, en la entrada de mi casa, liberé todo lo que tenía guardado, todo lo que me estaba hundiendo. Dejando poco a poco ver que, todas las espinas que tenían atrapado mi cuerpo al suelo, me estaban hiriendo.

—Todo estará bien amor, todo lo estará.

Dejo que papá me envuelva en el calor de su abrazo, tan fuerte, tan apretado y cálido que el mensaje me queda bastante claro, no estoy sola, nunca lo he estado.

De mi rostro caen gruesas lágrimas, el sonido de mi lloriqueo, agitado y fuerte, llena el salón. Me aferro a la camiseta de él como si fuese mi única opción, escondiendo mi cabeza en él.

No hay lugar en tu corazón [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora