Décima noche.

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15 de Diciembre de 1998.

       El chico de los ojos azules sintió cómo si sus orejas estuvieran tapadas, mientras oía cómo un ruido seco de fondo crecía y crecía sin parar. Se frotó los ojos pegados a causa del profundo sueño que había experimentado y cuando su rostro cayó de frente con la realidad dio un salto del sillón, corriendo hasta su habitación. Tomó el reloj entre sus dedos y para el alivio del chico de cuerpo curvilíneo, no estaría llegando tarde. Se permitió inspirar con tranquilidad el frío aire del invernal ambiente.

Suspiró, sintiéndose un poco mareado al haberse levantado con tanta rapidez, así que descansó sobre su cama unos segundos hasta estabilizarse.

Tragó la amarga saliva mañanera y en pocos minutos Louis se incorporó al suelo, avanzando hasta su cuarto de baño, donde cepilló pulcramente sus dientes y lavó su rostro, para así espabilar más rápido.

Observó cómo en una esquina del sillón Félix se estiraba y hacía ese típico sonido que los gatos hacen al estirarse.

— ¿Qué haces ahí, gordito tonto? —susurró con la voz ronca por el sueño mientras se acercaba con una mañanera lentitud hasta su hermoso gato Chartreux y depositaba un suave beso sobre la coronilla de su cabecita.

—Buenos días, Félix —agregó mientras se separaba y adentraba en la cocina, sirviéndole un plato de alimento balanceado a su felino y preparándose un desayuno para él mismo.

Se sentó en la pequeña mesita que había en su cocina y con lentitud degustó cada tostada que él mismo había hecho segundos antes, junto con el café con leche que bebía cada mañana.

Cuando Louis estuvo vestido y abrigado, salió de su casa en su bicicleta roja. Pedaleó con fuerza, deseando llegar a Enterteiment rápido y de una vez por todas, porque ese día no era demasiado cálido, sino el más frío según las noticias del tiempo.

La bufanda de Louis era atacada por el viento, haciendo que flamease, y sus pestañas atrapaban diminutos copos de nieve que caían desde el oscuro cielo de mañana.

Pedaleó durante minutos que para el pequeño fueron siglos, hasta que divisó a lo lejos la tienda de vinilos originales más conocida de Londres.

Cuando llegó dejó su bicicleta en la calle y con candado, para luego abrir la puerta de la tienda con su llave de empleado. Adentro se respiraba un aire que era muy específico, era una hermosa mezcla de hogar con ese típico perfume a chicle que todas las tiendas suelen tener.

Louis suspiró, mientras se quitaba la bufanda y caminaba con lentitud para ponerse su uniforme de empleado.

Cuando lo tuvo puesto se sentó en la banqueta de la caja y esperó pacientemente a que los clientes llegasen.

Él suspiró, mientras apoyaba su mejilla en la palma de su mano y esperaba que por lo menos su compañero Hassar, quien llegaba unos 15 minutos tarde, se presentara.

Merlín le sorprendió con un suave golpe en el hombro y para el asombro de Louis se quedó allí, haciéndole compañía e informándole que gracias a que las ventas iban hacia arriba él y su morocho compañero de trabajo tendrían un aumento.

Louis sonrió ampliamente, haciendo que sus ojos se volvieran pequeñitos y unas hermosas arruguitas se hicieran presentes a los costados de éstos.

—¡No, Merlín! ¿Acaso juegas? —exclamó el chico de ojos azules riendo risueñamente, mientras simplemente apretaba sus dedos, atónito por lo que acababa de escuchar.

Línea Suicida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora