Decimocuarta noche.

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23 de Diciembre de 1998.

 Harry caminó nerviosamente por las frías calles de London, las cuales comenzaban a despejarse de la nieve, no porque la hubiese dejado de nevar, sino porque había millones de hombres con enormes palas despejando las rutas y vías de tránsito para que nadie sufriese accidentes.

Harry tragó saliva, mientras sus pensamientos lo aturdían.

En solo horas sería el cumpleaños de Louis y tanto él como ''Edward'' debían darle un hermoso regalo.

Harry suspiró pesadamente, mientras se detenía en una tienda de teléfonos móviles y entraba en ella. Al salir, Harry cargó con un teléfono móvil con un número nuevo.

Al pararse frente a su auto, con ansiedad abrió la puerta y se adentró en éste, para comenzar a abrir la caja del móvil.

Al quitarla y encenderla, Harry automáticamente comenzó a agendar gente a su teléfono. Agregó a los mismos contactos que tenía en su teléfono original, así no sería descubierto por Louis.

Suspiró, tragando saliva, mientras sonreía ante el recuerdo de su pequeño Louis entre sus brazos, enroscado entre ellos y besando su mejilla repetidas veces.

Sonrió tontamente, enamorado y al mismo tiempo sintiendo su pecho pesado.

— ¿Qué voy a hacer con él? —susurró mientras se dejaba caer ante el duro asiento de su auto.

Se negaba rotundamente a contarle la verdad a su chico de voz chillona, no quería lastimar sus sentimientos, era obvio que todas esas emociones no le harían para nada bien a Louis.

Harry soltó un bufido, mientras dejaba la caja de lado y ponía su llave en el contacto del auto, para luego encenderlo y hacer que el motor rugiera.

Condujo con la frustración carcomiéndolo a cada segundo, cometiendo errores al ejercer los cambios en el auto, incluso al detenerse de golpe en un semáforo, logró que alguien le tocara bocina con rabia y gritara a todo pulmón:

—¡Qué mierda haces, imbécil! ¡Aprende a conducir, marica! —Harry, con lágrimas en los ojos simplemente se dejó caer nuevamente en su asiento, para luego aparcar en la siguiente calle.

Se cubrió el rostro con las manos, sintiéndose débil, y comenzó a sollozar, sintiendo cómo su pecho se apretaba y dolía con fuerza.

Con rabia, le dio un golpe al volante, haciendo que la bocina sonara. Gruñó con furia, sintiéndose incompetente, frustrado, impotente. Las lágrimas de Harry caían por sus mejillas, desbordándose y haciendo que su piel ardiera. Era como si no pudiese detenerse, y de hecho, no podía hacerlo.

Harry estaba sufriendo esa extraña sensación de llanto permanente, aquella que todos alguna vez sufrimos cuando no podemos dejar de sollozar y sentimos como más de una sola lágrima se desliza potentemente sobre nuestra piel.

El chico de los rizos gritó de frustración nuevamente. Era un cobarde, un asqueroso cobarde. Y no podía hacer nada para cambiar eso, porque no podía decirle a Louis quién diablos era él. No podía simplemente decirlo, porque Louis sabría que él le había estado mintiendo todo ese tiempo.

Y lo odiaría por ello. Dentro de su cabeza todo se mezclaba, tenía que hacerlo, sabía que llegaría un día en donde todo sería demasiado, y tendría que soltarlo... ¿Pero podría esperar hasta que ese día llegara?

Tragó saliva, mientras trataba de frotarse los ojos y alejar las lágrimas. Un pequeño golpe en su ventanilla hizo que diera un respingo y se cubriera el rostro.

Línea Suicida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora