Decimoquinta noche.

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24 de Diciembre de 1998.

El timbre sonó y Louis abrió sus ojos, asustado. Dio un respingo sobre la cama, mientras observaba a su alrededor. Vio a Félix recostado sobre sus piernas y por un segundo, recordó la horrible pesadilla que había sufrido.

En ésta, él estaba nuevamente en la casa de su abuelo y oía cómo los pesados ruidos de las botas de éste se acercaban por el suelo de madera.

De un momento a otro el corazón de Louis latía con fuerza conforme los pasos se hacían más duros. La puerta se abría de un golpe y allí estaba Keith, con un cinturón en la mano, aguardando pro hacer contacto con la piel de Louis.

Sin previo aviso le tiraba un latigazo haciendo que la punta de la nariz del niño de ojos azules quemara y su piel comenzara a enrojecer.

El cinturón no tardó en llegar a sus hombros su espalda, sus piernas, brazos e incluso estómago. Louis lloraba y pedía a gritos a su abuela que hiciera que Keith se detuviese, pero la mujer sólo observaba desde la puerta aquella brutal golpiza.

Algo más calmado, tragó saliva y suspiró, para luego frotarse la cara con ambas manos.

El timbre volvió a sonar, por lo que Louis miró hacia su puerta y con pereza, se levantó de la cama. El suelo estaba frío y el living de su casa también, con resoplidos de furia ante el mal tiempo, Louis caminó con pasos lentos hasta la puerta de entrada, para luego abrir y levantar la vista tímidamente.

Edward estaba allí. El rostro adormilado del pequeño de ojos azules se transformó drásticamente.

Sus ojitos se achicaron y las arruguitas de la felicidad se hicieron presentes a los costados de éstos, su sonrisa pareció crecer y impregnarse en su rostro, mientras que sus mejillas se ponían de un tono salmón apagado.

— ¡Ey, tú! — chilló él mientras se hacía a un lado y dejaba que el chico de rizos se adentrara en su casa.

Edward tenía la piel más pálida que de costumbre, la nariz y las mejillas rojas. Sus ojos verdes tenían un brillo extraño y debido al fío que hacía sus rizos estaban cubiertos con un gorro negro.

El chico de los ojos verdes caminó dentro de la casa de su pequeño con una gran canasta y globos. Dentro de la canasta había un pequeño pastel para dos, millones de caramelos y pastelitos, café en pequeños vasos sellados, galletas y más de dos aderezos diferentes para éstas.

Los globos llenos de helio flotaban sobre la cabeza de Edward. Y Louis no podía creer que alguien como su novio pudiera ser tan generoso, amable, atento y básicamente perfecto.

—Dios mío Eddie— dijo el pequeño mientras cerraba la puerta y se llevaba ambas manos al rostro para cubrirse la boca—, no debiste...No debiste, n-no lo merezco, yo, yo no...mi cumpleaños...— repitió mientras sus ojos se llenaban de unas pequeñísimas lágrimas.

Edward dejó la canasta junto con los globos en el sillón de Louis y al girarse miró a su novio a los ojos.

''Feliz cumpleaños Lou'' dijo haciendo las señas correspondientes, para luego acercarse a él y agacharse apenas un poco para besar sus labios.

Louis sonrió ampliamente otra vez, para luego saltar sobre su novio y rodear la cadera de Edward con sus piernas y su cuello con sus brazos.

— ¡Te quiero tanto, m-mi tonto de dos metros! —gritó efusivamente mientras se abrazaba a su cuerpo como un pequeño koala.

El chico de los rizos rió a carcajadas, mientras abrazaba y aferraba contra él a su pequeño.

Harry había prometido que ese día no habría nada de arrepentimientos. No se sentiría mal y no desearía ser él mismo con Louis. Era el día de su cumpleaños y no lo estropearía, haría que su pequeño de voz chillona tuviera el mejor día en años.

Línea Suicida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora