Decimotercera noche.

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21 de Diciembre de 1998. 

Louis talló sus párpados, mientras por primera vez en mucho tiempo lograba despertarse a las diez de la mañana. Louis se acomodó en su cama, mientras sentía el suave ronroneo de Félix sobre uno de sus costados.

—Buenos días, mi gordito —susurró con voz ronca, mientras tragaba saliva y permanecía con los ojos cerrados.

Suspiró, mientras asumía que ya no podría volver a dormirse. Había soñado con Harry.

Y en su sueño, el cuerpo de Harry era encarnado por Edward. Caminaban juntos por un hermoso bosque, por donde Harry le repetía constantemente que no soltara su mano, y que lo llevaría junto con él hasta el fin del mundo con tal de estar juntos por fin.

Louis se sintió extraño al despertar, porque increíblemente la voz de Harry encarnaba con la personalidad y cuerpo de Edward. Con un suspiro se desenvolvió de sus sábanas y levantó, para caminar a su armario y buscar un par de acolchonadas y calentitas medias, las cuales luego de minutos se puso.

— ¿Quieres desayuno, bebé? —preguntó Louis mirando a Félix, quien reposaba en la cama, ronroneando y amasando con sus patitas el cubrecama del chico de ojos azules.

Su dueño sonrió y lentamente salió de la habitación.

Louis se abrazó a él mismo con los brazos, sintiendo cómo el ambiente pasaba de ser tibio a totalmente frío en su sala de estar.

Chasqueando la lengua y quejándose mentalmente por el tiempo, encendió el televisor. Marcó los números y dejó en el canal de las noticias, donde seguramente pasarían el clima.

Con pasos silenciosos, prendió la calefacción y caminó hasta su cocina, donde llenó el pequeño plato de Félix con su alimento. Relamiéndose los labios puso una pequeña jarra metálica, con leche dentro, a calentar.

Sacó el café y el azúcar, para poner unas dos cucharadas del polvo marrón en una pequeña taza con estampado de Nirvana, la banda Estadounidense. Louis dio un respingo al recordar una de sus prioridades desde hacía días.

Trotó con ligereza hasta su habitación, donde tomó su teléfono móvil y regresó de nuevo a la cocina.

Dejó éste descansando en un lado de la amplia mesada, para continuar haciendo su café. Félix se paseó por sus piernas, mientras que él simplemente sonreía de lado, con sus ojos arrugaditos y pequeñitos a causa del sueño.

El timbre sonó, lo que desconcertó al chico de ojos azules. Con prisa, apagó el fuego y dejó la leche calentarse allí, mientras que corría, otra vez, en pijama y tratando de ser rápido. Al abrir la puerta se encontró al mismo chico que había logrado ver hacía días.

—Huh, hola, tú —dijo con timidez.

—¡Hola!, otro paquete, para ti —el rubio se detuvo a leer el nombre que contenía el paquete otra vez, para segundos después alzar la vista—, Louis—sonrió con ternura, mientras sentía que sus pálidas mejillas se ponían rojas.

El chico de cuerpo curvilíneo le devolvió la sonrisa con timidez

—Gracias...¿Aiden? —dijo con cierta desconfianza mientras entrecerraba para leer el nombre que en su pequeña placa decía Aiden Q, ¿sería ese su nombre?

—Sí, soy Aiden, bueno, aquí está tu paquete. Hace frío y tengo que seguir, así que —el rubio volvió a sonreír, tenía la nariz roja a causa del frío, lo que hacía que se viera adorable—, que tengas un lindo día.

Línea Suicida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora