Capítulo Treinta y Siete

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Capítulo dedicado a duffito porque sin ti este capítulo no sería lo mismo, gracias por ser mi Wikipedia siempre que lo necesito. Eres la mejor 🥺❤

(Canción: With You de Jacob Lee)

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El corazón me late desenfrenado. Tengo la respiración atascada en la garganta y me cuesta enfocar la vista en cualquier punto de mi alrededor. Siento un río de sudor bajándome por la espalda mientras intento acompasar el aire que entra y sale por mis pulmones. Cierro los ojos y vuelvo a inhalar con profundidad antes de abrirlos, sin embargo, los cierro con más fuerza cuando noto un fuerte pinchazo en el abdomen.

Esa zona no deja de palpitarme, y no en el buen sentido. Tengo la sensación de que estoy abierta por la mitad, que hay una herida enorme que va desde mi pecho hasta mis piernas y que, en lugar de curarse y cerrarse, se expande con cada nuevo pinchazo que me obliga a encogerme.

Entonces, ahí en medio de mi sufrimiento, siento unos dedos entrelazándose con los míos. Una nueva contracción me obliga a morderme el labio inferior, ahogando el grito que amenazaba con escaparse de mi boca. Le doy un apretón un poco más fuerte de la cuenta a través de nuestras manos entrelazadas. Recibo un apretón, más débil como respuesta. Cuando noto un par de minutos de paz sin dolores extraños, dejo caer mi cabeza de nuevo hacia atrás, disfrutando de la comodidad de la almohada. Es ahí, cuando me atrevo a abrir los ojos.

Lo primero que capta mi mirada es la posición comprometedora en la que me encuentro. Ni siquiera me había molestado en saber dónde estaba. Mi atención estaba volcada por completo en controlar los gritos que querían escaparse de mis labios en respuesta a los fuertes pinchazos que me recorrían toda la columna vertebral. Como una especie de calambrazo, que, aunque tendría la intensidad suficiente para dejarte en el sitio, no lo hace.

Intento no pensar en ellos, ahora que me han dejado un par de minutos de tregua. Todavía con la respiración irregular y con el cansancio cada vez más latente en mí, recorro con lentitud la habitación... ¿de hospital? Sí, es de hospital. Hay una especie de encimera con fregadero y varios botes de distintos tamaños y colores en frente de mí. Una pequeña televisión colgada en la pared, haciendo esquina con la ventana. Hay varios monitores a mi alrededor también. Entonces soy consciente de los leves pitidos que emiten algunos o del ruido suave que hace la batería al estar en funcionamiento.

Me paso una mano por la frente, notando como el sudor humedece mi palma. También siento algo frío y de plástico contra mi piel. Retiro la mano de mi rostro, encontrándome con la imagen de un pulsómetro en mi dedo índice.

«Ciento diez latidos por minutos».

Sin embargo, no me da tiempo a nada más porque vuelvo a sentir un nuevo pinchazo. Me encojo como puedo en mi sitio y le doy un apretón más fuerte de lo normal a quién sea que me esté dando la mano. Me da absolutamente igual, lo único que quiero es que este calor incómodo que se concentra alrededor de mis piernas desaparezca, al igual que los pinchazos.

—No puedo más —digo en un suspiro tembloroso, cuando la contracción se disuelve, una vez más.

—La enfermera ha ido en busca del ginecólogo. Aguanta un poco más.

En otra ocasión, incluso le hubiera sonreído agradecida por sus palabras. Pero en este momento el dolor infernal que estoy experimentando minuto sí, minuto no, ya no estaba para frases alentadoras y positivas.

—¡Aguanta tú esto! —grito, a la misma vez que siento una nueva contracción —. Necesito que venga alguien, ¡ya!

Es justo en ese instante cuando la puerta se abre de golpe. En el marco de esta aparece una mujer con su bata blanca y un endoscopio alrededor de su cuello. Un par de pasos por detrás hay un chico vestido con un traje de color turquesa y está acompañado por dos enfermeras más. Dirijo mi mirada a Eloy, que sonríe al percatarse de quién supongo que es la ginecóloga.

Tres amores y medio | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora