1: Skater Boy.

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"Él era un punk, ella hacía ballet, ¿qué más puedo decir?"-Avril Lavigne.

...

Charlotte Plisetsky vivía en una casa cercana a los terrenos de la Universidad de Seúl rodeada de un inmenso jardín, árboles y un camino de tierra que dirigía hacia el asfalto de la calle; tenía la apariencia de una casa de muñecas con techos altos y a dos aguas, ventanales del tamaño de puertas, un porche de madera con macetas colgando en un intento de darle color, puertas artísticamente labradas, pisos de madera y azulejo, candelabros y escaleras en forma de caracol.

Constaba con dos pisos, el ático, que Charlotte había remodelado hasta convertirlo en un estudio de baile, y el sótano, que era otro estudio de baile mucho más pequeño que el de arriba; cuatro habitaciones en el piso superior, un baño completo en el pasillo y otro en la habitación de Charlotte; en el primer piso estaban la sala, la cocina y el comedor, también la pequeña biblioteca que Charlotte usaba como estudio o donde les dejaba estudiar para sus examenes.

Era una casa amplia, se sentía demasiado grande para tres personas pero les gustaba, así no se sentían con falta de espacio, especialmente cuando había tres bailarines en ella que a veces bailoteaban por todos lados; si le preguntaran a Minho, diría que su habitación favorita era la sala por la luz que entraba y lo brillante que parecía, a Felix la gustaba el comedor por lo amplio que era y ese estilo victoriano que le hacía sentir en Juego de Tronos.

Aquella casa parecía llenarse de vida mucho antes de que las luces del exterior terminaran de apagarse; pasos correteando por el pasillo, música clásica resonando por los altavoces, quejas sobre quién agarró el qué de quién, pequeñas discusiones por el espejo del baño antes de que uno se rindiera y se fuera al de su habitación, observaciones sobre lo ruidosos que eran y que no podían irse hasta haber desayunado algo.

Pasos correteando por las escaleras sonando rítmicamente, ligeros, agiles, dos chicos persiguiéndose hasta llegar a la cocina donde había una ensalada de frutas, yogurt y granola esperándolos para empezar su día y, en medio de todo eso, la intimidante y hermosa mujer que era su tía Charlotte con el cabello recogido en la cima de su cabeza en una coleta apretada que se balanceaba de un lado a otro ante cada movimiento que hacía, mirándolos con brillantes ojos como el hielo y señalando los puestos vacíos en la barra de desayunos.

—Minho, primero debes alimentar a los gatos—habló de manera distraída y con un marcado acento que hacía que las palabras sonaran extrañas.

Cuando era pequeño, a Minho le gustaba mucho ir con la tía Charlotte porque ella tenía gatos; en aquel tiempo había tenido a dos siameses que Minho amaba. Claro que, con el tiempo, los gatos se hicieron viejos y murieron haciendo que su tía estuviera un poco triste hasta que hace unos años Minho llegó con Soonie, una gata anaranjada que adoptó en una veterinaria en la que intentó ser voluntario.

Después de unos meses le siguió Doongie, otro gato anaranjado que un amigo de la escuela le regaló porque no podía hacerse cargo de él y al que Minho no pudo decirle que no.

Hasta hace poco trajo a Dori, una pequeña gata gris que encontró en sitio web de animales abandonados a la que adoptó apenas vio su fotografía, era demasiado juguetona y Felix la amaba al ser el bebé de su pequeño grupo de gatos.

Cuando la tía Charlotte lo veía llegar con un nuevo gato sólo sacudía la cabeza y estaba esa pequeña sonrisa que siempre les brindaba, esa que les hacía sentir pequeños y contentos cuando le mostraban sus logros haciendo que Minho exhibiera cada gato que tenía como uno de sus tantos reconocimientos.

Pero como Minho los había traído, Minho tenía que hacerse responsable de ellos.

—Probablemente sigan durmiendo—declaró el mayor de los hermanos mientras acomodaba los tres platos en el suelo y servía la comida de sus gatos.

Musa.Where stories live. Discover now