3. Magia robada

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Loy despertó con el cuello dolorido y tensionado por haber dormido en una posición incómoda

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Loy despertó con el cuello dolorido y tensionado por haber dormido en una posición incómoda. Tenía la cabeza echada hacia atrás, apenas apoyada en el asiento del sofá vacío, y continuaba sentado como en la noche frente a la chimenea, cuyo fuego ya se había apagado. En el exterior, la tormenta había cesado dando paso a un radiante sol otoñal, iluminando la mañana.

El olor a tostadas y a café le indicó que su madre estaba preparando el desayuno. La oía tararear una canción con esa melodiosa voz que ayudaba en el sustento de la casa, con su trabajo de cantante en un club. La admiraba por su capacidad de soportar el trabajo nocturno, de cuidar de ellos y no permitir que les faltara nada, por poco que tuvieran. Su padre, Ray Sturluson, había fallecido cinco años atrás, dejando a su esposa Mey embarazada de Clay, su hermana. Y Loy, con tan solo doce años, se hizo cargo de la familia.

Se levantó con parsimonia mientras se frotaba el cuello, preguntándose cómo pudo haberse quedado dormido de esa forma. Su madre se acercó desde la cocina extendiéndole una taza humeante de café, la cual tomó con ambas manos agradecido.

—Buen día, Loy. No sé cómo pudiste dormir en esa posición tan incómoda. ¿Te duele el cuello? —preguntó al ver que él se lo frotaba con una mano—. Creo que tengo una pomada relajante. —Él asintió, agradecido—. Oh, Dana está afuera —añadió, señalando la puerta con la cabeza.

El muchacho abrió los ojos de par en par, con la taza frente a los labios y recordando lo que había ocurrido. No había sido un sueño. Miró por la puerta abierta que daba al exterior y la vio sentada en los escalones de la entrada, mientras su hermanita Clay saltaba a su alrededor parloteando. Su madre miró en la misma dirección.

—Ella dice que perdió la memoria y no recuerda qué pasó antes de que la encontraras. Quizá deberías acompañarla a la Central Armada, pero preferiría que se quedara si su hogar no es seguro.

Loy asintió, soltó un suspiro y se acercó a su madre, tomando un sorbo de su café.

—Mamá, ¿podremos...?

—Donde comen tres comen cuatro, Loy —zanjó ella, volviéndose seria y girándose para volver a la cocina y dar vueltas las tostadas de la plancha.

El muchacho no replicó. Por más que quisiera, no sabía si tenían como para alimentar una boca más, mas tampoco podían negarle refugio a alguien que lo necesitaba. Terminó el café y se fue a lavar la cara, arreglándose el cabello para verse un poco más presentable. Lo tenía aplastado por haber dormido con la gorra de lana.

Dana contemplaba el bosque y el castillo del Cubo más allá del bosque en el horizonte, en lo alto de la colina. El cielo estaba despejado y el sol cálido golpeaba las gotas de lluvia en los alrededores iluminando el paisaje. Clay le preguntaba un sinfín de cosas que ella apenas respondía con un monosílabo, muy reticente. Cuando sintió que alguien se acercaba, se giró con la taza de café entre las manos y los ojos muy abiertos, con una leve sonrisa en su rostro sorprendido. Ya no vestía el pijama gastado de Mey, sino que le había prestado un vestido que le quedaba holgado también, ya que la muchacha era más delgada y pequeña.

La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora