7. Festival del Solsticio de Invierno

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Esa mañana el rancho comenzó a llenarse despacio con los típicos sonidos del desayuno: los pasos de Mey, el crepitar del fuego de la cocina a leña, el chirrido de las tostadas y el parloteo de Clay

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Esa mañana el rancho comenzó a llenarse despacio con los típicos sonidos del desayuno: los pasos de Mey, el crepitar del fuego de la cocina a leña, el chirrido de las tostadas y el parloteo de Clay. Loy entreabrió los ojos, aturdido, encontrándose con que se había dormido en una posición un tanto incómoda, sentado con la espalda recargada en la cabecera de la cama y con la mejilla apoyada sobre algo que olía increíblemente bien. Tenía una respiración su esternón, llegándole el cálido aliento a través de su pijama.

Movió apenas la cabeza mientras tomaba aire y se asustó al ver una cortina de cabello castaño. Se dio cuenta que Dana dormía plácida con la mejilla apoyada sobre su hombro derecho. Con el cuerpo tenso por los nervios y el sopor causado por la somnolencia, optó por quedarse inmóvil, recordando cómo habían llegado a esa situación. Su mente remitió a la noche anterior, a la tormenta, a la muchacha llorando sobre su pecho y la promesa de protegerla.

Soltó una maldición, tratando de ignorar el calor del cuerpo de Dana contra el suyo, su olor tan embriagante, pero lo único que le venía a la cabeza eran las imágenes de cuando la había visto por primera vez: desnuda. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás chocando contra la pared con un golpe seco y miró el techo intentando ver más allá.

—Diosa, ¿de verdad te divierte castigarme? —gesticuló sin emitir sonido alguno, mientras soltaba el aire que había estado reteniendo en los pulmones.

Dana se revolvió dormida, aferrándose a su cintura con un brazo y hundiendo sus dedos en los pliegues de su pijama. Pasó una pierna por entre las suyas y Loy volvió a quedar paralizado. Luego de un rato que le pareció eterno, decidió llamarla para que despertara. Ella se removió y levantó la cabeza, entreabriendo los ojos aún enrojecidos por el llanto de la noche anterior. Cuando vio a Loy, se quedó mirándolo con la sorpresa llenando sus orbes azules. Tenía el cabello aplastado y revuelto de un lado y las marcas de los pliegues de la remera del muchacho en la mejilla.

De inmediato, dio un brinco hacia atrás y quedó sentada de frente a él sobre sus talones, con expresión asustada y mirándolo de arriba abajo.

—Perdón. —Fue lo único que ella pudo gesticular al cabo de unos segundos al darse cuenta de lo que ocurría, llevándose las manos a la boca mientras un color rojizo tomaba sus mejillas.

Loy se incorporó lo más rápido que pudo y se pasó los dedos por el pelo.

—Vamos, levántate que Mey ya nos tiene el desayuno pronto —dijo, tratando de parecer que aquello era lo más normal del mundo ya que Dana parecía en estado de shock.

Se levantó rápido de la cama y se dirigió hacia el armario, dándole la espalda. Quería renegar el hecho de que su madre estaría más que feliz al descubrirlos durmiendo juntos —aunque no hubiera ocurrido nada—, pero estaba más preocupado con el problema que había crecido en su entrepierna. Fingió que buscaba ropa para no tener que voltearse.

—Ve a cambiarte —murmuró Loy con voz ronca y ella obedeció, saltando de la cama y saliendo de la habitación como quien huye de la desgracia.

La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora