29. Cielo en llamas

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Mey les besó las mejillas a ambos y les tanteó los hombros y los brazos para verificar que estuvieran bien

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Mey les besó las mejillas a ambos y les tanteó los hombros y los brazos para verificar que estuvieran bien. Lloraba de emoción mientras Dana recibía sus muestras de afecto con mucha gratitud y felicidad. Se sintió más acogida y amada que nunca, y un alivio enorme por verlas bien y a salvo. Sin embargo, un dejo de tristeza la inundó al reconocer que no toda su gente había corrido la misma suerte.

Entonces, con determinación, se dirigió hacia los refugiados reunidos en la habitación, consciente que debía inspirarlos y darles esperanzas. Había regresado por una razón y no los defraudaría.

—Sé que muchos de ustedes perdieron a sus seres queridos, sea para siempre o de forma forzosa, y que las cosas no han sido fáciles estos días —comenzó, alzando la voz. Muchas miradas silenciosas siguieron sus pasos mientras ella se movía entre los presentes—. Pero quiero que sepan que no me detendré hasta que recupere lo que nos pertenece: el Cubo y el territorio Violeta.

Al principio, estaban callados y apagados, pero a medida que hablaba, sus palabras iban animándolos y dándoles esperanza. Sus rostros comenzaron a iluminarse con una luz que parecía haberse apagado hacía mucho tiempo. Dana sabía que tenía que hacer algo más que solo hablar, sino demostrarles que su determinación iba más allá de las palabras. Miró a Dylan y a Loy, quienes parecían estar de acuerdo con ella.

—Tenemos que tomar acción. ¿Están conmigo?

Muchos asintieron, otros vitorearon. Unos pocos permanecieron callados y escépticos, aunque ella ya lo esperaba. Agradeció el apoyo y les volvió a prometer que tomaría cartas en el asunto, pero que primero debía planificarlo. Dylan le sonrió con sinceridad a Dana y le recomendó que fuera a descansar, a lo que Mey se ofreció a llevarlos hasta la habitación donde ella y Clay se estaban quedando.

Aunque al llegar al dormitorio, Dana y Loy se toparon con un rostro conocido pero que no traía muy buenos recuerdos para ambos: Thomas Greenwich.

Él estaba sentado en el borde de una de las tres camas cucheta que había en la habitación, con una expresión sombría en el rostro. Al parecer había estado aguardando que volvieran, pero ver a los muchachos recién llegados lo tomó por sorpresa, ya que se irguió de un salto y se alisó la ropa informal que traía puesta. Dana sintió una punzada en el estómago al verlo, un remanente del miedo que aún le infundía, y por un momento consideró dar media vuelta y salir corriendo pero sabía que no podía huir de sus problemas por siempre.

—¿Qué hace aquí, Teniente? —preguntó Loy con una mirada fría en su dirección. Si bien sospechaba que él era el que había traído a su madre y a su hermana al refugio, no confiaba del todo en él.

—Puedes ahorrarte las formalidades, mequetrefe. Ya no soy parte del ejército violeta —le contestó Thomas con una sonrisa sin humor—. Me encargué de tu madre y tu hermana, como prometí, y las traje al único lugar seguro lejos de Ozai.

Mey puso los brazos en jarras y levantó las cejas al ver la forma en que ambos se trataban.

—Sé que no es el momento —intervino la mujer, acercándose a su hijo y acariciándole el brazo. Por alguna razón, él sintió que lo que iba a decir no le iba a gustar—, pero te pido que confíes en él. Ray lo hacía, tanto que le pidió ser el padrino de su primer hijo: tú.

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⏰ Última actualización: Jun 25, 2023 ⏰

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La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora