18. Flor de sangre

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 Dana se separó de él de un tirón, y William sintió el frío de la separación en los dedos

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Dana se separó de él de un tirón, y William sintió el frío de la separación en los dedos. Estiró el brazo para volver a tomarle la mano pero ella se apartó con aversión.

—¿Por qué? —insistió ella y le dolió el tono quebrado de su voz.

—El Territorio Rojo se cae a pedazos de hambruna y dolor. Mi padre fue asesinado y mi madre se quedó sola conmigo y mis seis hermanos pequeños. Esta misión de infiltración me iba a dar suficiente dinero para darles lo que necesitan... Pero luego el rumor de la huida de la diosa, tu huida, las cosas cambiaron por completo. Las órdenes se volvieron violentas, en las que se debería tomar el Cubo para el señor Seteh a cualquier costo.

Ella balanceó la cabeza y alzó una mano para callarlo. No quería seguir escuchando, dolida por la traición.

—Dana, por favor, escúchame. Van a atacar el refugio a medianoche —añadió con velocidad, desesperado por decirle todo lo que necesitaba—. Quieren obligarlos a entregarte. —Hizo un gesto señalando hacia el pasillo que conducía al comedor.

—¿Qué? —susurró en un hilo de voz, abriendo los ojos de par en par. Tomó el brazo de William con urgencia y miró su reloj, poniéndose aún más blanca al ver la hora. El muchacho se quedó quieto, con esa expresión sombría tan inusual en él—. ¡Faltan veinticinco minutos! —estalló Dana en un arrebato de cólera que no pudo controlar—. ¡¿Tienes idea de lo que va a pasar?! ¡Van a matar a la bebé!

Sintió que el fuego tomaba sus mejillas y sus manos apretadas en puños temblaban. La magia estaba ausente, pero podía sentir la energía acumulándose en su interior en un intento de salir en una explosión de poder, como aquella vez en el claro del bosque. Tomó una bocanada de aire, subiendo las escaleras de dos en dos buscando el camino al dormitorio de Lia, y abandonado a William en el rellano.

Había visitado a la mujer en la nueva habitación que le habían asignado para que pudiera descansar de forma apropiada con la bebé, en uno de los pisos superiores cercano al suyo, pero no recordaba bien dónde quedaba. Jadeó cuando terminó el segundo tramo de escaleras y cruzó corriendo el siguiente pasillo.

Un par de mujeres caminaban conversando, pero se detuvieron de inmediato y bajaron la cabeza al verla pasar.

—¡Salgan de aquí! —gritó Dana, con los nervios atorados en la garganta—. ¡Avísenles a todos que debemos abandonar el refugio porque nos atacarán! —Siguió corriendo sin esperar a ver si ellas hacían lo que les pidió, pero confió en que su condición de diosa las convenciera.

Cuando llegó a un pasillo sin salida, soltó un bufido de frustración. Las lágrimas se estaban acumulando en las comisuras de sus ojos, pero se negaba a rendirse. No iba a permitir que nadie más muriera por su culpa. Volvió sobre sus pasos, pensando que no iba a poder salvarlas sola, que necesitaba ayuda.

Necesitaba al Cubo.

Se concentró en buscar rastro de magia a su alrededor pero, como en los últimos días, se mostraba ausente y silenciosa. Comenzó a dudar de sus habilidades y casi se tira al suelo a llorar, sin embargo, mientras volvía a correr por un pasillo vacío cuya música del piso inferior se oía apagada, comenzó a gritar llamando por la voz que solía molestarla: la del Cubo. Pero no había respuesta, solo silencio, y el abandono le causó un dolor inexplicable.

La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora