23. Miedos y dudas

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 El paisaje era agreste y descuidado, de llanuras cargadas de arbustos y ausencia de árboles

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El paisaje era agreste y descuidado, de llanuras cargadas de arbustos y ausencia de árboles. Thomas Greenwich se sentía igual a ese paraje desolado que contemplaba por la ventanilla del tren. El camino al pueblo de Sigma no era para nada alegre y le traía a flote los recuerdos que había tratado de olvidar en lo más profundo de su ser. Después de tantos años tratando de no pensar el su mejor amigo Ray, parecía que en los últimos días quería molestarlo como solía hacerlo en vida. Primero, al ir a su viejo hogar y encontrarse con su hijo, luego con ponerlo junto a él como soldado.

Recordaba incluso su voz, aquel sonido burlón que lo trataba con tanta familiaridad.

—¡Hey, amigo! ¿No vas a decir nada?

Unos diecisiete años atrás, Ray Sturluson le había puesto un pequeño bebé en sus brazos, de mejillas sonrojadas y unos ojos verde brillante que había heredado de su padre. Bostezó abriendo la boca y cerrando los puños, y Thomas no pudo evitar una sonrisa que se escapó de sus labios.

—¿Qué dices, eh? ¿No quieres ser el padrino de mi primer hijo?

—¿Por qué yo, Ray?

—Thomas, eres el único en que confío para que se haga cargo de Loy por si me pasara...

—Eres el mejor soldado que jamás ha tenido el ejército —le cortó, haciendo una mueca de obviedad. Ray rio, como solía hacer cada vez que le decían algo por el estilo, sin creérselo.

Pero Thomas no creía merecer tal muestra de amistad. Incluso cuando se sentía derrotado al respecto, sabiendo que debía dar un paso al costado, se había enamorado de la esposa de su mejor amigo. Inventando excusas por su trabajo, se había alejado por respeto y en consecuencia también de su ahijado. Y cuando se enteró que Ray había muerto, su mundo se vino abajo, mas aun así evitó todo encuentro con la familia Sturluson.

Hasta aquel día inevitable en que golpeó la puerta del rancho donde ellos estaban viviendo. Haciendo uso de todo el valor que le restaba, había decidido volver a Sigma por Mey, para liberarla de esa prisión donde él mismo la había colocado.

Rezó (aún sabiendo que nadie lo oiría) para que el muchacho estuviese bien. Tanto él como la diosa que tanto ansió proteger en su juventud.

 Tanto él como la diosa que tanto ansió proteger en su juventud

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La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora