1. Huida

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«Dana

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«Dana...»

Había sido un pestañeo. Ocho siglos habían pasado y el mundo continuaba en su rutinaria existencia. Dana despertó de su largo letargo y pensó que no quería seguir con lo mismo, atrapada en un Cubo mágico manejando la vida de los demás. Quería salir, ver el mundo con sus propios ojos, tener una vida ajena al encierro.

Contempló aún adormilada en una de las caras del Cubo cómo unos niños saltaban en un monte de hojas doradas y marrones. Se preguntó, en el medio del aturdimiento del despertar, por qué el Cubo la necesitaba si él tenía el poder suficiente para hacer las cosas por sí solo. Si había estado dormida tanto tiempo y el mundo no había colapsado, muy bien podría salir y no habría diferencia.

Y mientras observaba otra cara, la que le mostraba el cielo despejado y fresco, decidió que se fugaría como las hojas de los árboles al paso de la brisa otoñal. Conocería por sí misma las sensaciones a las cuales estaba privada de sentir.

Ya no quería ser diosa.

Primero estiró un brazo, intentando tocar con los dedos el límite de las paredes del Cubo, pero él se estiraba negándose a dejarla ir. Dana insistió y, sabiendo que él era más débil cuando usaba demasiada magia, hizo estallar una tormenta que amenazó inundar el pueblo bajo la colina del castillo. El río creció y creció hasta casi desbordarse. Originó una estela de rayos, truenos y relámpagos, iluminando el cielo y temblando la tierra.

El Cubo trató de resistir, sin embargo ella comenzaba a atravesar el límite de sus caras. Sus dedos sintieron por primera vez el frío del exterior y entonces, como si pasara a través de un muro viscoso, se encontró fuera.

Y un sinfín de emociones la llenó, abrumándola por completo. La piel se le erizó, el cuerpo sintió dolor por el golpe al caer al suelo. La cabeza le daba vueltas y el cuerpo pesaba demasiado como para intentar moverlo sin esfuerzo. Aspiró por primera vez y el aire gélido de la habitación le llenó los pulmones, obligándola a toser por el repentino dolor. Se quedó inmóvil para recomponerse, esperó y entonces trató de moverse. Las baldosas se sintieron lisas y frías bajo sus pies torpes.

Tiritando, miró hacia el Cubo, inmóvil, duro como un cristal; vivo y palpitante como una masa líquida que temblaba por mantenerse sólida.

—Lo siento —le murmuró con la voz ronca.

Se dio la vuelta, contemplando la puerta, y dio pasos dubitativos hacia la salida, hacia la libertad. Cuando se acostumbró al peso de su cuerpo, se echó a correr a trompicones.

 Cuando se acostumbró al peso de su cuerpo, se echó a correr a trompicones

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La chica del Cubo - Saga Dioses del Cubo 1 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora