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Hice rodar los ojos con disgusto al comprobar como el dado de Camila se giraba hasta enseñar el número cuatro y cómo ella, con una sonrisa de medio lado absolutamente aviesa, me comía la ficha de color rojo. Yo sabía lo que vendría a continuación: unos minutos de indecisión y de contar veinte con todas las fichas para al final decidirse por la que primero había escogido, eso sí, después de sopesar sus opciones hasta la saciedad.

Como si yo, con tan sólo una ficha que ella aún había tenido la "delicadeza" de no comerse, pudiera ser una amenaza.

Después de la cena, ambas decidimos sentarnos en la alfombra del salón y jugar unas partidas al parchís. A mí siempre ese juego me había parecido tremendamente divertido, y era uno en el que yo solía tener bastante suerte, pero hoy sólo había conseguido demostrar mi ineptitud.

De repente, el parchís me pareció algo bastante bélico, puesto que tenía ciertas ganas de borrar aquella sonrisa de superioridad de la cara de la azafata y no con buenas maneras precisamente.

Observé a Camila mientras mordía levemente el cubilete por un extremo en actitud de profunda concentración. Yo suspiré.

– ¿Qué? –me preguntó al oírme.

– Nada.

– Vale.

– ¿Vas a decidirte de una vez? No creo que sea tan difícil. –repliqué algo exasperada.

– Así que eres mala perdedora... –murmuró sin tan siquiera dignarse a mirarme, para luego seguir susurrando mientras contaba una y otra vez.

– Camila...

– Sé lo que intentas. –me miró por primera vez en media hora.– Pero no vas a desconcentrarme.

– Camila, estamos jugando al parchís. Sólo hay que tirar el dado y contar. No creo que haya que concentrarse mucho para hacer eso... –solté, con gran carga sarcástica.

– Es evidente que tú no piensas las jugadas, de otra forma no estarías jugando con una sola ficha.

– Esto es una estupidez... –decidí yo, soltando mi cubilete sobre el tablero.

Camila cogió una de sus fichas verdes y, como yo ya había imaginado, había escogido la primera con la que había contado. Estaba segura de que aquello era una estrategia para enervar al contrario. Por otra parte era una estrategia muy eficaz, puesto que yo estaba al borde de un ataque de nervios.

– ¿Contenta? –me dijo levantando las cejas cómicamente.– Tu turno.

Reprimí la risa y me concentré en lanzar mi dado que cayó con el cinco hacia arriba. Me apresuré a sacar una ficha de la caseta contenta conmigo misma.

– Muy bien.

– No quiero ni imaginar lo que sería jugar contigo al ajedrez. –añadí puntillosa.– Una partida podría durar años...

Camila me ignoró por completo y en cambio se concentró en agitar frenéticamente su cubilete.

– Vamos, vamos, un tres precioso... –pidió para luego soplar su puño antes de dejar caer el dado.

Yo me fijé en el tablero y me pregunté para qué demonios quería un tres. Lo descubrí pronto cuando fue ese el número que marcó su dado y ella gritó llena de júbilo. Luego, metió una de sus fichas en la meta, con lo cual le tocaba contarse diez. Al hacerlo se llevó a mi incauta ficha por delante.

– No es justo. –me quejé infantilmente.– Ya no quiero jugar más.

Camila se rió de mí y yo me enfurruñé más.

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora