Parte 10: Despacio.

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Viernes, cuatro de la tarde. Día de la boda. La parte femenina de la familia al completo estaba en casa de mi madre, donde más tarde se celebraría el banquete, concertando los últimos preparativos y asistiendo a la nerviosa novia.

Desde mi cómodo asiento hice rodar los ojos en cuanto nuevamente oí el llanto de Ariana, que debía creer que aquello era poco menos que un cuento de hadas. La pobre casi no había parado de sollozar en cuanto entró a la habitación para vestirse. Incluso habían tenido que maquillarla varias veces. Me pregunté si realmente lloraba de nervios o por todas aquellas horquillas que le habían colocado en el pelo... Lo cierto es que comenzaba a hacer que mi cabeza quisiera estallar.

Crucé las piernas y me dediqué a observar el arduo trabajo de mis dos hermanas mayores calmando a la novia. Pensé que, si casarse significaba pasarlo tan mal, casi era preferible no hacerlo.

No pude evitar soltar unas risillas en cuanto vi a mi madre con una taza humeante de tila intentando hacérselo tragar a la pobre Ariana.

– Vamos...vamos..., cariño. –le decía mientras.– Tómate esto y ya verás que te vas a sentir mejor...

– Gracias... –dijo hiposa.

– Tienes que calmarte. No querrás entrar a la iglesia llorando, ¿verdad?

– Es que no puedo evitarlo, estoy tan feliz... –soltó, suspirando hasta hacer que casi se le soltara el corsé de su traje de novia.

Por mi parte, hacía un par de horas que me había vestido y preparado para la función. Si de mí hubiera dependido, preferiría haber ido a la iglesia directamente, pero al parecer, era costumbre que todas las mujeres se reunieran para ayudar a la novia... Claro que yo aún estaba intentando averiguar por qué mi presencia en la casa era tan importante, cuando lo único que había hecho era llegar y sentarme.

Mis hermanas mayores, correteaban por la casa, atendían las llamadas telefónicas y cuchicheaban entre ellas. Parecían estar completamente en su salsa. Me giré hacia mi sobrina de catorce años que estaba sentada junto a mí, y a la que observé durante unos instantes mientras ella jugaba con su pequeño celular.
Estiré el cuello para mirar en la pantallita. Bendita tecnología...

– Vaya... –dije.– ¿Me lo prestas luego? – Se echó a reír.

– ¿Tú también te aburres?

Hice rodar los ojos y puse expresión de desespero.

– Horrores...

– Estás muy guapa, Lauren. –cumplimentó con una amplia sonrisa.

– ¿Te parece?

Asintió vehemente con la cabeza.

– No tengo más remedio que fiarme de ti, siempre has tenido buen gusto... –le pellizqué la nariz.

– Ya soy muy mayor para que me hagas eso... –se quejó divertida.

– Y demasiado joven para tener novio.

En un instante, un tono rúbeo cubrió por completo sus mejillas. Era cierto lo que decían de que aquella niña se parecía mucho a mí.

– ¿Mamá te lo ha dicho?

– Sí.

– Es sólo un amigo... –dijo, como restándole importancia.

– Me parece bien que tengas un amigo especial. –subrayé la palabra. Ella siguió enfrascada en la pantalla de su teléfono, aunque sin mover un solo dedo.– Pero no descuides el colegio por un momento...

– Pareces mamá... –comentó suspirando.

Me eché a temblar cómicamente y ella se rió.

– De acuerdo. Eso ha sido suficiente como para que no diga una palabra más... – Volví a concentrarme en la escena que se proyectaba delante de mí. La tila parecía tener efectos contradictorios en la novia, y por enésima vez, volvió a sacudir los hombros intentando reprimir las lágrimas. Hice rodar los ojos. ¿Qué demonios pasaba con aquella mujer? A ratos me parecía estar contemplando un capítulo de alguna telenovela.

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora