XX

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La noche nos encontró tumbadas sobre la alfombra, cerca de la chimenea, haciendo el amor. Después de regresar de nuestro paseo, ambas ardíamos en deseos de tocarnos, de sepultarnos la una en la otra.
Nuestros movimientos eran tan lentos que apenas se notaba que nos movíamos. Me había apoyado sobre uno de mis codos para poder observarla, mientras entraba en ella una y otra vez con la mano libre. Camila seguía cada acometida con todo su cuerpo mientras cada uno de sus músculos se contraía y relajaba.

Pensé que no me había equivocado al darle todo lo que era yo una vez, ahora simplemente sólo tenía que amarla, algo que era fácil para mí.

Camila me sujetó la mano con fuerza y cabalgó sobre ella con ímpetu al tiempo que me llamaba una y otra vez cuando su orgasmo tomó su cuerpo por entero. Salí de ella con delicadeza y Camila se apresuró a colocarse sobre mi cuerpo, haciendo que yo me estirara sobre mi espalda.

Le aparté el pelo de la cara para observarla en todo su esplendor. Así era cuando más me gustaba verla, con aquella mirada fiera en los ojos, ávida de mí.
Me besó entonces, poniendo todo su empeño. Puso las manos a cada lado de mi cabeza y se movió contra mí. Yo abrí las piernas aún más y las doblé por las rodillas. Con mi lengua lamí la humedad de su cuello mientras con una mano apretaba la carne de sus nalgas. Mi cuerpo funcionaba para entonces con completo desorden, con mi corazón marcando un ritmo imposible de llevar. Gemí una y otra vez de forma descontrolada cuando Camila me pidió oírme.

A veces simplemente quería morir porque se me hacía tremendamente dificil de sobrellevar la conciencia de que tenía su cuerpo. Me sentía como si cada vez que le hacía el amor expiara mis pecados y alcanzara la perfección. Ella podía calmar mi espíritu hasta ese extremo.

Creí volverme loca cuando la oí susurrar palabras de ánimo, cuando pronunció mi nombre a dos tiempos, tan exaltada como lo estaba yo. Puse ambas manos sobre el suelo alfombrado y despegué mi cuerpo y el suyo del suelo, elevándonos imposiblemente. El éxtasis me llevó hasta un lugar desconocido para mí y cuando volví a desplomarme, ella cayó sobre mi cuerpo también.

Jadeé intentando llevar aire lo más rápido posible a mis pulmones. Por momentos creí que me asfixiaría. De repente sentí la imperiosa necesidad de alejarme de Camila.

– ¿Adónde vas? –me dijo cuando me separé de ella.

– Voy a por un vaso de agua, ¿quieres?

– No... –respondió al tiempo que echaba la manta sobre su cuerpo.

Asentí con la cabeza y recogí una camisa del suelo que me coloqué enseguida antes de erguirme.

Avancé descalza sobre el frío suelo y mi cuerpo a cada paso respondió con un escalofrío. Me parecía que mis movimientos eran cada vez más lentos. Me giré hacia un lado, antes de abandonar el salón, y vi pasar mi deforme reflejo en los cristales de la puerta corrediza iluminado por la luz de la chimenea. Me acerqué a él. Mi rostro parecía haberse estirado en varias direcciones como si de una goma elástica se tratara y mi cuerpo se curvaba hacia la izquierda y después hacia la derecha. Desabroché los dos botones de la camisa que me había abotonado y la aparté hacia los lados. Mis pechos no se diferenciaban de mi vientre. Era un todo distorsionado. Pensé que aquel era mi verdadero reflejo, que por dentro mi alma estaba igual de deforme, que la sangre que corría por mis venas estaba corrompida...

Una de mis manos viajó hasta mi centro y mis dedos se empaparon enseguida de mí y de Camila de mi deseo que mojaba el interior de mis muslos. Me pregunté si Camila también me veía así, como yo misma lo hacía en esos momentos.

Todo, mi sudor, mi excitación, mi olor, el sabor que permanecía en mi boca me hacían esclava de un deseo. Un deseo que me quemaba.

Me aparté de mi aberrante reflejo a pesar de que encontré cierto placer en verme de aquella manera. Sonreí y puse rumbo a la cocina. Me serví el agua en un vaso y regresé al salón. Camila seguía en la misma posición que cuando me había ido, sólo que esta vez parecía estar dormitando.

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora