CAPÍTULO 21 (reescrito)

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—Pues ha estado bien

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—Pues ha estado bien.

Asentí entusiasmada a Danielle, mientras Keith mordía un bocadillo con todo el aspecto contrario al entusiasmo al fondo de la sala.

Después de haber ido a la excursión ella y yo habíamos ido a casa a pasar el resto de la tarde. En realidad esperaba mucho más del día, pero era mi culpa. Mientras la exposición del autor fue fantástica, porque su trabajo era maravilloso, el día por otro lado...

Solamente Danielle consiguió salvar el ambiente. Keith se había quedado en casa, o más bien en el instituto. Esa misma mañana me aseguró que intuía que el Gobernador de Valletale había estado por allí por algo parecido a una sensación mágica, como un rastro, y necesitaba investigarlo.

Mientras yo fui a la salida, no dejaba de pensar en él. O más bien, en lo que pasaría si su intuición era cierta. ¿Pelearía con él? ¿Se metería en problemas? O... ¿simplemente volvería de nuevo a su dimensión?

Y yo jamás volvería a saber de él.

Una parte de mí quería decírselo. Gritarle lo importante que era para mí y lo mucho que me dolería perderlo. Decirle que no me imaginaba ya mi vida sin él, y que la idea de no volver a verlo jamás, de no tenerlo en mi vida, me volvía loca.

La otra, me decía que no debía porque sería egoísta.

Keith echaba de menos su mundo, sus amigos y, en especial, su familia. Aunque solía ser muy reservado en ese tema, era bastante obvio por la forma en que me había hablado de su hermano y sus padres. Por muy amiga que fuese de él, no podía imaginarme pedirle que se alejara de toda su vida.

De todos modos, si le pidiese quedarse aquí, ¿qué clase de futuro le esperaba, siendo invisible? Uno feliz, desde luego que no.

—No sé, el profesor de arte es muy raro —comenté.

Era cierto. Cada vez que hablaba sobre el arte alzaba la voz y lo decía todo como si fuese el inspector Gadget. Luego se olvidaba de nosotros y que necesitaba cuidar una clase, y se quedaba media vida mirando cuadros.

Uno de nuestros compañeros logró comprar alcohol en el bar del museo y acabó vomitando hasta la última papillas. Le compró un bocadillo y no llamó a sus padres. Cualquier otro profesor hubiese puesto el grito en el cielo.

—Claro que lo es. Da arte. ¿Quién en su sano juicio querría enseñar a adolescentes como nosotros sin estar loco?

Me reí, y Keith bufó. Intuí que estaría cansado después de todo le día fuera. Lo encontré en el portal de casa esperando por nosotras para subir. Decidí que le diría a Danielle que necesitaba estudiar. De esa forma se iría y Keith descansaría.

Hasta que, al hacer el amago de levantarme de la silla, mi teléfono se iluminó con un nuevo mensaje.

Eché un vistazo, solo por curiosear, y me quedé atónita. Dani me observaba curiosa, así que acabé diciéndole:

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora