CAPÍTULO 11 (reescrito)

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Me desperté con un pequeño sonido áspero, constante y, en cierto sentido, también suave. Un sonido que golpeaba muy cerca de mi oreja.

Y golpeaba con aire.

Abrí un poco los ojos, todavía medio adormilada. Fuera, en la calle, ya era de día, o eso me decía la claridad que se filtraba por mi habitación y lo iluminaba todo.

Poco a poco, mientras mi adormilado cerebro terminaba de despertar y dar forma a aquel sonido, mi cuerpo fue percibiendo otras... sensaciones.

Como la de un brazo alrededor de mi cintura y un pecho contra mi espalda. Unas piernas largas que se entrelazaban con las mías y una cabeza apoyada casi sobre mi hombro.

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, dejándome unos segundos sin respirar mientras mi cerebro terminaba de despertarse con una fuerte sacudida: el cuerpo pegado al mío era Keith, y lo que escucha sus ronquidos.

Mis ojos se terminaron de abrir completamente, pero no me moví. Por unos segundos, casi ni respiré. Era plenamente consciente del aire cálido del aliento de Keith en mi nuca, poniéndome la carne de gallina. Y de su pecho, subiendo y bajando, apretado contra mi espalda.

Y su brazo, rodeándome la cintura. La camiseta del pijama se había subido unos centímetros, y tenía la mano sobre mi piel, en ese lugar exacto entre la cintura y la cadera, impidiendo que me moviese... O al menos me gustaba pensar que, si no me estaba apartando, era por eso.

Intenté hacer un repaso mental de lo que había sucedido la noche anterior. Había curado sus heridas después de que me salvara, y luego le había invitado a dormir en la cama. Conmigo. Me sentía mal después de que se hubiese hecho daño para protegerme del golpe con el coche. Era lo mínimo que podía hacer, ofrecerle un lugar cómodo en el que dormir, no el suelo duro y frío.

En realidad, yo misma iba a dormir en el suelo, pero la situación se truncó sin que me diera cuenta a que ambos terminásemos sobre la cama. Las hormonas alteradas se juntaron con la endorfina del momento en un combo poderoso que no debía volver a repetirse.

Sin embargo... recordaba haber usado una almohada para separar la cama en dos. La había puesto en medio de ambos y... No la notaba por ningún lado.

Levanté la cabeza unos centímetros, con lentitud, en busca de la almohada, pero nada. Lo único que conseguí es que Keith se moviese en sus sueños, y la yema de sus dedos se deslizó por mi piel un poco más abajo, hacia el ombligo.

Tragué saliva y me quedé completamente paralizada mientras unas pequeñas cosquillas burbujeaban en mi interior. Tenía que encontrar la forma de salir de la cama sin despertarle a él, o sería demasiado embarazoso. Nunca había dormido con un chico, en ninguno de los sentidos, y la situación era demasiado comprometida.

Necesitaba desesperadamente salir de la cama, darme una ducha y aclarar las ideas.

Con mucho cuidado posé mi mano sobre la suya, y la fui moviendo lentamente para apartarla de mí. Me hormigueaba toda la piel, más allá de donde me estaba tocando, y contrariamente la sensación de su pecho moviéndose apaciblemente mientras respiraba en sueños, me relajaba.

Cuando por fin lo conseguí, fue le turno de alejarme de su lado. Comencé a deslizarme sobre el colchón, intentando que no se hundiera demasiado con mi peso. Fue así como vi la almohada, abandonada a los pies de la cama. ¿Cómo narices había llegado allí?

Me moví un poco más, pero Keith también lo hizo. No parecía despierto, pero en los breves segundos en los que el pánico se apoderó de mí perdí la concentración y...

Acabé cayendo de morros contra el suelo.

No chillé, pero le ruido del golpe fue suficiente para despertar a Keith. Mientras me incorporaba le vi levantarse de golpe por el rabillo del ojo. Por mi parte me froté el antebrazo con una probable expresión de dolor en la cara. Si no me lo había roto en la caída era un milagro.

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora