CAPÍTULO 10 (reescrito)

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—Espera, no te muevas.

Keith arrugó el rostro, señal de que el alcohol estaba escociendo, pero también funcionando. Me había pasado la tarde entera en el hospital, dejando que un médico me revisara para decirme lo que yo ya sabía: que estaba bien. Aunque añadió que me vigilasen, por si acaso había un traumatismo interno.

También pasé parte de ese tiempo convenciendo a mis padres de que no denunciaran al conductor, aunque no se iba a librar de mucho por haber cometido una infracción. Lo que no quería era verme envuelta en todo. Porque mientras todos estaban preocupados por mí, yo lo estaba por Keith. No veía el momento de llegar a casa y asegurarme de que estuviese bien.

Como no había forma alguna de que un médico pudiese verle, literalmente, se fue a casa por su cuenta. Supongo que entraría con sus poderes mágicos, porque cuando llegué lo encontré tumbado sobre mi cama, con la mirada clavada en el techo. Me dio un susto de muerte.

Se movió cuando el algodón teñido de rojo rozó un raspón a la altura de la cintura. Se había quitado la camiseta para que pudiera desinfectar las heridas mejor, y tenía unos morados con bastante mala pinta creciendo en su espalda y las costillas. Se había quejado de dolor al quitarse la camiseta.

Ahora estábamos sentados sobre el suelo de mi habitación, al lado de la cama.

—Perdón —susurré, y moví el algodón un poco más.

No estaba para nada segura de hacerlo bien, y no creía que el alcohol fuese lo mejor, pero no tenía a mano ningún otro desinfectante. Al menos, uno que no estuviese caducado. Además mis ojos no hacían más que traicionarme, moviéndose a lugares del cuerpo de Keith que no deberían y haciendo que la temperatura subiese cada vez más en la habitación.

O tal vez solo era yo.

Estaba tan concentrada en limpiar bien las heridas y que mis ojos no se desviasen demasiado, que no pude evitar pegar un pequeño bote cuando la mano de Keith tomó la mía. Casi se me cae el algodón, sino fuese por el agarre que él mismo ejercía.

Alcé la mirada para encontrarme con la suya.

—Creo que ya está —susurró.

Sabía que lo decía porque el alcohol hacía que las heridas escociesen, pero una parte de mí temió que estuviese pasándome con el toqueteo, o que hubiese descubierto mis ojos traicioneros deslizándose a otras zonas de su cuerpo más alejadas de los raspones.

—Yo... —murmuré, y tragué saliva para poder hablar con claridad—. Casi está.

Allí, sentados en el suelo, con nuestras rodillas casi rozándose, mi mano sobre su pecho, la suya sobre la mía... Estábamos demasiado cerca. No tanto como esa misma tarde, cuando me protegió contra su pecho para evitar que el golpe fuese demasiado grande, pero continuaba siendo más cerca de lo que habíamos estado antes.

Keith asintió.

—De acuerdo.

Tomé aire cuando apartó la mano de la mía y me obligué a mí misma a continuar desinfectando las heridas.

El tiempo pasó demasiado rápido.

—Solo un poco más y... listo. Con esto creo que será suficiente.

Bostecé nada más decir eso. Estaba cansada del largo día, y ya eran pasadas mi hora de dormir. Por fortuna mis padres me habían permitido saltarme el siguiente día de clase. Decían que debía descansar, por si acaso. El médico también lo había recomendado.

Dejé el algodón manchado de sangre dentro de una bolsita que utilizaba de basura, junto con el resto de algodones y la botella vacía de alcohol. Tampoco quedaba mucho. Lo aparté todo a un lado y me dejé caer sobre mis brazos estirados para descansar la espalda. Había estado mucho tiempo encorvada para curarle.

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora