CAPÍTULO 3 (reescrito)

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Retrocedí un paso inconscientemente, pegada al lavamos, alejándome lo máximo posible de la puerta. Luego recordé que no debía tener miedo. Al fin y al cabo estábamos en el instituto, donde había más alumnos, probablemente en aquel mismo momento caminando por los pasillos hacia la cafetería. ¿Y si solo venía a disculparse por haberme asustado el sábado?

Pero, en ese caso, ¿por qué lo hacía irrumpiendo en el servicio de chicas?

—Este es el baño de chicas —musité.

Había tratado de sonar serena y calmada, pero mi voz salió como un pequeño hilillo de voz, delatándome por completo.

El chico dio un paso hacia adelante, más cerca de mí, y me forcé a no retroceder. Además, la salida estaba justo detrás de él.

—¿Me lo dices a mí? —Preguntó.

Entrecerré los ojos, recordando la breve pero intensa conversación que habíamos tenido el fin de semana en el metro. Me había preguntado si podía verlo y yo había pensado que estaba loco.

—Cla-claro.

Tragué saliva. Divisé la puerta, a apenas unos metros, pero con un obstáculo bastante gigantesco en medio de mi posible camino de huida. En mi espalda la mochila con los libros comenzaba a pesar más de lo que recordaba.

—¿Por qué puedes verme?

Me estremecí. Oh, no... Era la misma pregunta que había hecho en el metro. Lo que se traducía a que en aquel momento no estaba borracho o con un chute de drogas. O peor aún, quizás lo estaba aquel día y también este.

Tomé aire y me aventuré a dar un paso al frente, y otro más. Necesitaba llegar cuanto antes a la puerta e irme corriendo, aunque tuviera que pasar a su lado. Mi siguiente opción sería gritar tan fuerte como pudiese hasta que alguien me escuchara.

El chico extendió una mano y frené en mi intento de huida. Todavía nos separaban un par de metros, pero esa distancia continuaba haciéndome sentir incómoda.

—Espera —dijo, y sonó realmente como una petición—. No es lo que pare...

Entonces la puerta del servicio volvió a abrirse. Se quedó callado e incluso se apartó hacia un lado para dejar paso a la chica que acababa de entrar.

—Hola —me saludó brevemente antes de entrar a uno de los cubículos.

Esperé a que cerrara la puerta antes de apartar los ojos. Ni siquiera había dedicado la más ínfima mirada a aquel chico, parado en medio del baño femenino. De haber sido ella, me hubiese quedado a la entrada mirándolo con cara de póker.

—Tengo que irme —murmuré cuando volví a la realidad.

No tenía por qué dar explicaciones pero sentía la extraña necesidad. El camino se había quedado libre, así que decidí reintentar la escapada. Sin embargo el chico volvió a colocarse en mitad del baño, tapándola.

—Déjame explicarte —pidió, y sus ojos azules se clavaron con dureza en los míos—. Eres la única que puede verme.

Incliné mi cuerpo hacia atrás mientras procesaba sus palabras, preguntándome de qué hospital psiquiátrico podía haber escapado. Aunque lo más probable era que se tratase de una broma de mal gusto. Quizás todo estaba organizado por Danielle. Intenté recordar cuándo era el día de los inocentes pero no me cuadraban fechas.

Procurando manejar mi voz a un tono bromista, dije:

—Vamos, no hace falta que sigas con eso...

Di un paso a un lado para bordearlo, pero él también se movió y me lo impidió. Fruncí el ceño y mis labios se convirtieron en una sola línea. En aquel momento no sabía que sentimiento predominaba más, si el de miedo o el de enfado, porque empezaba a tocarme un poco la moral.

El sexy chico invisible que duerme en mi cama  © | REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora