Recuerdo 1

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Aún lo recuerdo.


Estábamos en tercer año, y había llegado temprano el primer día de clases, justamente para poder sentarme al fondo del salón.

El día había sido largo, siempre era así. Y ya para la última clase los profesores estaban exhaustos.

Yo rayaba la parte trasera de mi cuaderno mientras el profesor de historia dormía sobre su propia  silla.

Mi mano hacía un trazo, luego dos trazos, y luego tres trazos sobre el papel... A pesar de que no era bueno dibujando, heme allí: garabateando un pingüino deforme.

Estaba inmerso, lo sé. Tanto que sentí tarde cómo un poco de polvo se infiltraba entre mis fosas nasales. Inevitablemente, un fuerte estornudo provocó que mi lapicero en mano cayera al suelo.

Luego de aquella invasión respiratoria, busqué con la mirada aquello que se me había caído. Alcé un poco la cabeza y observé a mis compañeros de clase hacer escándalo.

Podía ver todo desde el asiento de atrás. No sé si disfrutaba de la vista.

—Salud —escuché de pronto. Y tras dirigir mi cabeza hacia el origen de aquella palabra, me encontré con alguien con quien nunca antes había conversado.

Mi compañero extendía el lapicero hacia mí, mientras dirigía sus grandes ojos directamente hacia mi cara.

—Gracias —respondí recibiendo mi objeto.

No quise interactuar, sobre todo porque no recordaba su nombre. Así que proseguí a seguir dibujando pingüinos.

—Linda paloma —dijo él.

—Gracias por insultar a mi pingüino—respondí yo.

Como respuesta, escuché poco más que una leve risilla. Cosa que decidí olvidar.

Lo veo claro: seguí dibujando. Pero sentía la mirada de mi compañero penetrando mi perfil. Con el rabillo del ojo lo vi recostado sobre su pupitre, mirándome sin disimulo.

—¿Se te ofrece algo? —le pregunté, pero sin mirarlo.

—No. —respondió.

—Qué bueno —comenté sin interés, aún dibujando aletas y picos.

Mi lapicero dejó de pintar en ese momento. Rayé un trozo en blanco del papel sin control, pues deseaba lograr que la tinta regresara, pero no tuve éxito.

Inmediatamente toqué la espalda de Julio, mi amigo sentado frente a mí, y le pregunté si podría prestarme un lapicero. Pero antes de que pudiera darme una respuesta, el chico a mi lado tocó mi hombro.

—¿Gabriel? —me llamó, ofreciéndome un lapicero color rojo.

Miré el lapicero, y lo ignoré. Pero Julio me animó a aceptar la oferta de el ojón a mi lado.

Entonces le agradecí incómodo. Pues habría sido grosero aclarar que yo quería un lapicero azul y no uno rojo.

—¿Sabes? Soy nuevo, me llamo Miller —comentó él, jugando con el balance de su silla —Ojo que... Si me llamas por mi nombre, no me disculparé por haberte roto la cara.

Enséñame, GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora