No me odies

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Miré mi celular con los ojos bien abiertos. Yo había reconocido esa voz, estaba muy seguro. Al inicio no lo creí, pero con ese tono burlón y áspero entendí quién era.

¿Debía llamarlo de nuevo?
¿August? ¿Zack? ¿Zack Thunder? ¿Por qué usaba ese pseudónimo sin sentido? Si quería hablar conmigo pudo acercarse en persona desde un primer momento. Sacudí mi cabeza, apagué mi celular y acomodé mi ropa. Aún seguía en horario de trabajo, no podía distraerme. Acomodé mi uniforme y me dirigí a la caja registradora.

Frente a mí había una cola mediana de gente de todo tipo. Veía algunos rostros conocidos disimuladamente, otros nuevos, pero siempre manteniendo mi cabeza gacha. Una persona, dos personas, tres personas ordenaban chocolate, galletas con chispas o un postre nocturno, como casi todos los días. Cuatro, cinco, seis, siete clientes. Uno tras otro, avanzaban y tomaban su tiempo para decidir entre el amplio menú que se encontraba atrás de mí.

—¿Gabriel? —preguntó una suave voz de repente. Di un pequeño brinco y voltée mi cabeza hacia Talía, mi compañera de trabajo —Gabriel, Luis Miguel te llama —comentó con los ojos caídos, como si algo la pusiera triste. Colocó una mano sobre mi hombro e hizo ademán de reemplazarme en la caja.

Detrás nuestro estaba el gerente, Luis Miguel, se veía angustiado, con los brazos cruzados y un pie inquieto que presionaba y soltaba el talón contra el suelo. Me hizo una señal para que lo siguiera, y juntos desaparecimos de la vista de los clientes.

Fuimos a su oficina y charlamos un rato sobre mi desempeño como empleado de medio tiempo. Me felicitó, me dijo aspectos positivos sobre mí que ni yo sabía que tenía. Finalmente me indicó la razón por la cual debía despedirme: aquel video. Alguien se había encargado de hacerle llegar el video de Snobig al gerente.

—No sé qué podría suceder si alguien llegara a revonocerte —mencionó el gerente con preocupación. —Epero que puedas entender.

Miré las hojas frente a mí, y respiré hondo. Me acomodé en el asiento de la oficina del gerente y empecé a llenar las casillas. Esa semana sería la última en la que podría trabajar en aquel lugar, y por algún motivo me sentí enojado.

De pronto escuché cierto bullerío desde la caja del local.

El gerente y yo nos dirigimos hacia la caja, afuera, justo donde Talía se encontraba. Y allí estaba August, algo ajetreado, conversando con Talía. Vi cómo la fila de gente detrás se quejaba por la demora. Un señor de bigote fruncía el ceño y se sobaba la panza mientras gritaba que estaba apurado.

—¿Estás segura de que no conoces a ningún Gabriel? —preguntó August avergonzado. Y, además, gracias a que yo había sacado la cabeza hacia el mostrador, él también pudo percibir mi presencia. Una enorme sonrisa apareció en su rostro. Se marcaron sus hoyuelos y sus ojos se achinaron, y luego comenzó a reír mientras se ponía cada vez más nervioso—¡Gabriel! ¡Hola! Yo... Eh... Pasaba por aquí hace un momento, y, casualmente, te vi.

Rápidamente desaparecí de su vista y me apresuré a firmar todos los documentos que Luis Miguel, el gerente, me había entregado. Mientras hacía aquello, escuchaba cómo Talía le pedía a August que me esperara en la puerta de salida. Una vez terminé me disculpé con Luis Miguel y con Talía, y salí por la puerta de servicio para correr hacia el atrio del local, con la esperanza de que August estuviera allí, esperándome.

En efecto, allí estaba, sentado, moviendo las piernas descontroladamente a causa de su propio nerviosismo. Me acerqué hasta que él notó mi presencia. El amplió los ojos y sonrió nuevamente, intentando carcajear forzosamente. Mencionó mi nombre y balbuceó varias cosas que no me molesté en escuchar. Lo tomé del brazo y lo llevé hacia la parte trasera del local, allí nadie podría vernos.

—Gabriel, escúchame, yo... —balbuceaba August.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quién te dijo dónde trabajo? ¿Tú le enviaste el video a Luis Miguel? ¿Quién más lo ha visto? —le pregunté con el ceño fruncido. Intentaba ponerme de puntillas para lucir intimidante, a pesar de que ni haciendo aquello podía alcanzar la altura de August.

—Tranquilo... ¿De qué estás hablando? —respondió él —Estoy aquí porque...

—No te creo. No te creo nada. No confío ni en ti ni en tu familia, ni en tus amigos. Todos mienten, ¡así son ustedes! —exclamé señalando el rostro de August con el dedo.

En respuesta, él infló los cachetes y alzó llas manos, como si lo estuvieran arrestando. Los dos nos callamos por unos segundos, hasta que me di un respiro y dejé de pararme de puntillas. August bajó las manos lentamente.

—Gabriel... ¿Me vas a dejar hablar? —preguntó con cautela. Me crucé de brazos y fruncí más el ceño. Miré la cara de August, tierna como siempre. Sus ojos brillaban ligeramente a pesar de la escasa luz, y sus hoyuelos se remarcaban nuevamente gracias a la extraña mueca que hacía con su boca.

—Lo siento —respondí sin cambiar mi postura. August sonrió en respuesta y prosiguió.

—Vine porque quería disculparme —continuó. Llevó una mano hacia el codo opuesto y la movió con nerviosismo — Quiero disculparme por todo... Por mentirte. Por nunca dirigirte la palabra y por nunca ayudarte.

—¿Eso es todo? —interrumpí aún con el ceño fruncido.

—En mi defensa: no éramos amigos. Yo no tenía porqué ayudarte — en respuesta a su comentario hice una mueca de desagrado. Él pareció asustarse y ladeó la cabeza. —Pero, ¡las cosas cambian! Y... Y yo también puedo cambiar. Además, tú sabes que Moco Miller y yo no somos hermanos de sangre. Y, sinceramente, no quiero saber nada de su familia tampoco. Su señora madre me desagrada, y yo le desagrado a ella también. Mi padre tiene muy malos gustos, de verdad...

August continuó hablando, balbucenado más cosas sobre él y su familia. Continuó compartiendo lo que pensaba, continuó balbuceando información que jamás pedí.

—August —lo interrumpí —, no es un buen momento. No quiero hablar contigo, ni con nadie. Si no sabes nada sobre el video está bien. Pero si estás aquí para soltar eso de que quieres disculparte, será mejor que te vayas — concluí la conversación y me dirigí a la puerta de mi ex local de trabajo. Necesitaba cambiarme la ropa y recoger mi mochila.

—Espera —dijo August, llamándome por el hombro. —Por lo menos, ¿podemos seguir hablando por chat?

—August, no sé. Haz lo que quieras, tengo que...

—Es que si no hablo contigo me siento muy solo —me interrumpió. —No tienes que responder, solo no vuelvas a bloquearme... ¿Por favor, Gabs? —preguntó, esta vez rogando con la mirada.

Aquella expresión me dio una pena sincera. No pude decir que no, lamentablemente.

Enséñame, GabrielWhere stories live. Discover now