Clínica

521 81 55
                                    

Sentí una fuerte hincada sobre mi abdomen. El olor a analgésicos invadía mi respiración y sentía el frío en mi brazo izquierdo recorrer mi extremidad. Sentí pocas ganas de abrir los ojos, más aún porque mis párpados no impedían el pase de la luz blanca artificial.

—¿Gabs? —oí una voz amena, y sentí un cálido roce abrigando mi mano. Aquello fue reconfortante.

Abrí los ojos lentamente, como aquellas veces en las que me es fastidioso despertar. Me sentí achinado, como si mis párpados se negaran a abrir. Era de esperarse, pues hace unas cuantas horas atrás había estado llorando.

August estaba sentado a un lado de la cama. Su nariz estaba tan roja que le daba apariencia de resfriado. Sus ojos brillaban levemente, pues su semblante gritaba pistas de que también había estado llorando.

—Hola —lo saludé, dibujando una leve sonrisa en mi rostro —No te ves bien cuando lloras —comenté inmediatamente.

August ladeó una sonrisa, con los ojos cristalizados.

—Lo siento— respondió, y su moco hizo ruido mientras intentaba sonreír.

—Ese imbécil me pateó fuerte —comenté. Sentí una hincada en mi vientre al momento de hablar, pero era algo tolerable, así que, aún sintiendo ardor en mis ojos y dolor en el cuerpo, continué: —¿Ya lo metieron a la cárcel? 

August sonrió en respuesta, y su nariz enrojecida se inflamó más mientras una lágrima patinaba sobre su lindo rostro.

Sostuvo mi mano con fuerza, aferrándose apenado. Se disculpó por no haberlo visto venir, y yo intenté calmarlo, pues no era su culpa, ni su responsabilidad.

—Te dije que debías comer mejor —comentó August, mientras su respiración luchaba contra sus propios mocos —al parecer tienes anemia, Gabs.

—¿Quién lo dice? —pregunté altanero.

—El doctor —respondió él, soltando una leve risilla —. De hecho, te están haciendo una transfusión de sangre.

Miré a un lado, y vi algunos tubos conectados a mi brazo. Entonces sentí preocupación, pues yo no tenía dinero para pagar un día o dos internado en una clínica.

—Estoy bien. Quiero irme a casa —mencioné intentando incorporarme.

August me detuvo y me preguntó que sucedía. Dudé en decirle, pero tras mucho insistir le comenté mi preocupación. Él intentó calmarme diciendo que todo estaría bien, que él pagaría por todo. Sin embargo, no me sentía a gusto. No quería depender de nadie, no quería necesitar de él para solucionar mis propios problemas.

—Deja que termine la transfusión, solo eso —insistió August. Su mirada parecía rogarme mientras que sus manos hacían contacto con mis hombros.

—Está bien —me rendí finalmente.

—Bien —dijo él aliviado. Y se apresuró a posar un tierno beso sobre mi mejilla. Luego apoyó su cabeza sobre la camilla, cerca a mi cuerpo, y continuó aferrando sus manos a la mía.

Admiré la cabellera de August. Era castaña, rojiza. Se veía sedosa y suave, como el cabello de cualquier modelo de comercial de shampoo, pero alborotado. Sus manos sostenían la mía cálidamente, a pesar de que eran un poco toscas, me sujetaban con cuidado.

Me gustaba la apariencia de August: era lindo. Era amable, sí. Pero sobre todo lindo. En ese momento no podía ver su rostro, pero de haber podido, me habría quedado anonadado admirando sus largas pestañas. Me gustaban sus pestañas, y sus ojos, y sus labios, y sus manos. Y todo lo demás también. ¿Era lo mismo para él? ¿Yo le atraía también? ¿Qué le gustaba de mí, por qué me había prestado atención?

Enséñame, GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora