Cine

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Era casi medio día, y yo miraba el reloj del celular. Estaba sentado en una banca de concreto cerca a la entrada del restaurante "El pollito Mañanero". August debía llegar al medio día. Así que yo estaba allí, esperando. Cada dos minutos buscando la cabeza castaña de August con la mirada. Respiré hondo y miré la hora nuevamente. Ciertamente mis nervios estaban cual niño queriendo mear, pues eran las 11:59 y él aún no llegaba.

¿Qué pasaba si en realidad su plan era dejarme plantado? ¿Y si en vez de August aparecía alguien extraño? Yo estaba solo, ¿no era eso peligroso después de todo? ¿Vendría con su hermanastro a burlarse de mí? ¿Vendría August con sus amigos a romperme las piernas?

—¿Gabriel? —escuché de pronto. La voz de August apartó todas mis preguntas en un parpadeo y me sentí avergonzado por todas las cosas que habían cruzado por mi mente antes de que él llegara.

Ya en el restaurante, August sonreía igual que siempre, parloteando mil sinsentidos con los ojos achinados y una sonrisa bien puesta. Comentó mil cosas sobre el auto que lo había llevado hasta allí, sobre el clima nublado, sobre el cielo gris y sobre la actitud agradable del conductor de su vehículo. Mientras que yo, avergonzado, permanecía callado, asintiendo o negando a cada una de sus preguntas.

—Te gustan las gomitas de plátano, ¿no es así? —preguntó August buscando algo en su mochila. En respuesta, moví la cabeza de arriba a abajo una y otra vez.

—¿Cómo lo sabes?

—Ah, es que una vez en el colegio tuvimos una comida compartida y vi que tú solo comías las gomitas —respondió mientras hacía aparecer un paquete de gomitas amarillas entre sus manos. Mis ojos apuntaron directamente a la chatarra y mi boca se abrió levemente. August se sorprendió un poco antes de empezar a reír con nerviosismo. Me dio las gomitas y yo las guardé. Pedimos la comida mientras que August platicaba sobre su amor por las pastas, y me contó cómo una vez casi incendia su casa intentando preparar espagueti.

Pagamos la cuenta y salimos del local. Mientras caminábamos, August pregintaba más cosas. Me preguntó qué me gustaba hacer en mi tiempo libre y qué tipo de lugares me gustaba frecuentar. Pero sus preguntas bailaban, se repetían una y otra vez como si quisieran arribar a algún lugar.

—Gabriel, ¿qué te gustaría estudiar?

—¿Cuándo?

—¿Cómo que cuándo? —preguntó. Alzó ambas cejas y mostró una amblia y brillante sonrirsa —Me refiero a tu carrera universitaria.

—Ah —respondí. Ido, desvié la mirada y me puse a pensar en alguna respuesta — Uhm... Cualquier cosa que me dé dinero está bien.

—¿Tú... —titubeó August. Rascó su nuca y miro hacia abajo —... Estás bien con eso?

Lo miré de reojo. Tenía miedo de lo que sea que estuviera pensando sobre mí. Mil ideas regresaron a mi cabeza. Pensé en el colegio y en los rumores que circulaban sobre mí. Entendí que era probable que August supiera todo. Respiré hondo e intenté relajarme. ¿Y si estaba siendo muy paranoico? Pisé tierra nuevamente cuando vi que August sacudía la cabeza y se daba un palmazo en la sien.

—¿Qué pasó? —le pregunté.

—Oh, no es nada —respondió. En seguida, elevó la comisura de su boca de oreja a oreja —No necesitas responder a mi pregunta. ¡Vamos al cine ya! Compremos algo allí mismo antes de ver la película —continuó mientras enganchaba mi brazo al suyo.

Caminamos juntos hasta llegar a la boletería. No sé si fue a causa del frío, o por pura casualidad, pero por un momento me pareció notar a August sonrojado hasta las orejas.

Enséñame, GabrielWhere stories live. Discover now