Expectativas

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La última campana del día resonaba fuertemente, avisando que los alumnos ya podíamos irnos a casa. Yo miraba mis pies mientras camimaba hacia la puerta de salida del colegio, con la mochila en mi espalda y mis manos en las asas.

Cuando alcé la vista mi boca se abrió ligeramente. Desde la puerta de salida, August presumía su existencia agitando una mano en señal de saludo. Con la otra mano sostenía un pequeño paquete de golosinas de colores. Cuando estuvimos frente a frente, mi vista se dirigió a las gomitas, pobres prisioneras del empaque de comida.

-Hola, Gabs -saludó August. La sonrisa en su rostro había perdido timidez. Agitó el paquete de caramelos generando un ruido curioso. Mi hambre provocó que mi estómago rugiera.

-Hola, August.

Ambos nos alejamos caminando, bordeando el extenso muro que rodeaba el colegio. August me ofreció el paquete de golosinas y lo acepté sin esconder mi emoción. Ignoré los caramelos y llevé un par de gomitas a mi boca. Mirando el cielo cobrizo, mastiqué las golosinas mientras August me comentaba algo sobre el asfalto.

-¿Puedo ir a tu casa? -espetó August. Me atraganté con lo que estaba comiendo y él reaccionó dándome palmaditas en la espalda desesperadamente. Tosí unas cuantas veces, procesando la pregunta que August me acababa de hacer. -Perdón -interrumpió antes de que yo dijera algo.

-No te disculpes -le ordené y alcé la mirada hacia él. El cielo de tono cobrizo acentuaba el color de su cabello. Algunos mechones rojizos aparecían reclamando por atención, y me puse a pensar por qué nunca antes los había notado.

-¿Gabriel? -me llamó nervioso.

-Está bien -añadí -Vamos a mi casa.

Las mejillas de August ganaron color y las comisuras de sus labios se elevaron de oreja a oreja. Entonces seguimos caminando, y en poco tiempo llegamos a la parada de autobús.

Había una fila mediana de personas esperando: algunos señores en sus cuarenta, y una que otra señora atendiendo una llamada o buscando algo en su cartera. Me paré al final de la cola, y August permaneció detrás mío. Luego de unos minutos, el bus arribó.

-Te tengo una sorpresa -me susurró August. Se había inclinado levemente hacia adelante para alcanzar mi oreja. Avancé con pequeños pasos, pues la fila reducía su tamaño lentamente.

-¿Por eso quieres ir a mi casa? -le pregunté travieso. -Vivo solo - añadí. August abrió ambos ojos, y el tono rosa de sus mejillas ganó saturación.

-¿A qué te refieres? -preguntó.

Guardé silencio, divertido ante su reacción. Antes de notarlo ya debíamos subir al bus, y rápidamente alcé los pies para ingresar al vehículo y una vez dentro nos sentamos juntos.

August sobresalía de su asiento, y sin querer provocaba contacto físico entre nuestras piernas. Nervioso, arrimó su cuerpo hacia la ventana, alejándose de mí como si me tuviera miedo. Entrecerré los ojos y fruncí el ceño, antes de que una idea cruzara por mi mente: ¿August ya no me quería?

- Tengo sueño, August-mencioné. Y posé mi cabeza sobre su hombro.

Él dio un leve brinco, acompañado por el movimiento del autobús. Lo oí tragar saliva y no pude evitar disfrutarlo. Di leves golpecitos en su brazo, arrimando mi cuerpo más hacia él, y acurruqué mi cabeza contra su polera de algodón. Era suave, de textura gruesa, y me agradaba el aroma a vainilla impregnado en ella.

Permanecí allí hasta que tuvimos que bajar del bus. Todo el camino restante hacia mi casa, él soltó algunos comentarios sobre el asfalto agrietado que había en nuestra ciudad. Pero guardaba cuidado de no acercarse mucho a mí. Continuamos así hasta llegar a mi departamento.

Enséñame, GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora