Recuerdo 2

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[Esta vez, August está narrando]

Fue un Jueves. Eso creo.



Un jueves por la tarde, un 23 de diciembre, el cielo reflejaba un suave tono violeta a través de una ventana nublada. Mis amigos reían en la cafetería, mientras el olor fresco a papas recién horneadas bendecía mis fosas nasales y estimulaba mis papilas gustativas. Jeje.

Dos luminarias en la cafetería parpadeaban ese día, me parecía divertido ver como parecían tener vida propia, luchando por prenderse a pesar de que se acercaba su fin. Jaja, pobres luces.

De reojo miraba más o menos a las señoras cocinando en la kitchenette cerca a nuestras mesas. Ambas chismeaban sobre algo que yo no llegaba a escuchar. Una de ellas fruncía el ceño, la otra parecía evitar sonreír y pronto las dos susurraron un par de cosas dentro de un mundo secreto de chismes que yo desconocía y moría por descubrir.

—¿Si pudieran elegir un súper poder, cuál sería? —pregunté de repente, con el afán de distraer a mis amigos y poder así afinar mi atención hacia las señoras en la cafetería.

En ese momento, Alicia y Mirio habían estado hablando de algo más, algo que tal vez también había escuchado, pero que hoy en día, narrando esto, ya no soy capaz de recordar.

Entonces ambos se pusieron a pensar, mientras que yo aprovechaba su silencio para tratar de escuchar el chisme de las señoras en la cafetería. Muajaja, mi plan había funcionado. Me sentía poderoso.

—Detener el tiempo —soltó Alicia luego de pensar arduamente —Sería bueno poder tomar descansos cada vez que quiera —comentó, y acomodó su rubio cabello hacia atrás en un gesto de soberanía —¡Ah! Y, ¿sabes? Si pudiera controlar el tiempo, podría también decir "¡pausa!" durante un examen, y así chequear en el examen del resto para asegurar que mis respuestas sean las correctas.

Mirio estaba a un lado, sentado aguantando la risa. Aún tenía algo de papa horneada en la boca, así que solo luchaba por terminar de comer antes de empezar a hablar. Su rostro se asemejaba al de una ardilla con nueces en la boca.

—Tienes el poder de detener el tiempo en tus manos, ¿y lo usas para copiar un examen? —respondió mientras reía y jugaba con el tenedor.

Y entonces comenzó a fastidiar a Alicia. Y la conversación surgió allí, entre ellos dos, mientras yo masticaba tranquilamente mis papas horneadas. Agudizando mi oído para escuchar el chisme de las señoras en la cocina.

Escuché: —Ese niño dejó de venir. Es terrible, cada día lo veo más delgado —. Y sentí que mi curiosidad incrementaba a cada paso, aún mientras mis amigos discutían sobre superpoderes frente a mí.

—Es un buen muchacho, estoy segura. Siempre agradecía y recogía su plato luego de comer, algo que el resto nunca hace, y me provoca dolor de espalda tener que limpiar todas estas mesas sucias. Marranos—comentó otra señora.

Entonces miré mi mesa, llena de migajas y papeles arrugados por todos lados. Aquello finalmente logró que me sintiera avergonzado, y disimuladamente recogí la basura y la coloqué en mi bandeja.

—¿Cómo dijo que se llamaba el niño? —preguntó entonces la otra señora.

—Gabriel se llama. Me dijo su nombre el otro día. Al inicio era un poco frío cuando lo conocí, pero siempre fue un niño educado.

—Oh... Entiendo. Seguramente es tímido.

—Seguramente... pues al muchacho siempre lo veo solito.

—Yo lo he visto con sus amigos jugando el otro día.

—Ay, ¿sí? Eso es bastante bueno, pues hace poco lo vi llorando.

—¿Ah sí?

—Sí... Parece que su mamá tuvo un accidente. Eso escuché de la mesa en donde comen los profesores.

—Ay, qué terrible. Pobre muchacho.

—Sí... Lo bueno es que también oí que el colegio lo está apoyando. Es un alivio que el niño tenga buenas notas —comentó la otra señora.

Mi mirada era disimulada, mis oídos atentos pero mi visión discreta. Aunque, tal vez no tanto... porque ambas señoras voltearon a verme directamente sin aviso. Y sentí la vergüenza hervir mi rostro.

Lo sentí así desde el rabillo del ojo, a pesar de que no podía observar si aquello que presentía era cierto. Sentí la vergüenza.

Tomé atención nuevamemte a las dos personas frente a mí: Mirio y Alicia. Ambos me miraban callados, esperando por algo que yo desconocía.

—¿Qué pasó? —solté confundido.

—Estás ido, August —comentó Alicia —Te estábamos preguntando qué poder te gustaría tener a ti —dijo finalmente. Y sentí que era afortunado de no tener que pensar en una respuesta.

—¿Yo? Bueno, quiero controlar mi propia mente —respondí. Mirio y Alicia aguantaron reírse, y de pronto me preguntaron "¿por qué?", y comentaron también diversos motivos por los cuales dicho poder era inservible.

—Suenas muy seguro, ¿ya lo habías pensado? —preguntó Alicia entonces, mientras Mirio pelaba una mandarina sin cuidado.

—Jaja, así es. Solo piénsenlo. Podría controlar el sabor de lo que como, podría cambiar el color de lo que veo, podría parar de oír cuando hay mucho ruido, y podría cambiar la percepción de el yo que veo reflejado en un espejo. También aguantar el frío, o aguantar el calor, ordenándole a mi mente que sienta lo contrario. ¿Y quién sabe? Podría ordenarle también que sea capaz de leer los pensamientos del resto, y así podría entender un poco mejor a las personas ¿no?

Mirio llevó mandarinas a su boca mientras Alicia sonreía aún callada. Escuché unos cuantos comentarios relacionados a que mi poder sonaba divertido, pero finalmente la conversación concluía en que también era peligroso cambiar la percepción de las cosas o tenerle fe a que mi mente fuera capaz de leer los pensamientos del resto.

Y entonces los tres guardamos silencio mientras cada uno llevaba un bocado de papa horneada a su boca.

Y aunque externamente luego continué conversando con mis amigos, y continuamos todos riendo sobre temas que ya no puedo recordar, muy en el fondo, una incesante curiosidad nacía en mí por saber quién era Gabriel y por qué se encontraba tan triste.

Y así ese día terminó. El cielo era ligeramente diferente esa vez, pues el gris blanquecino de las nubes conversaba con tonos violeta y con tonos naranja también. Mientras que el asfalto en la vereda del colegio tenía más grietas que la semana anterior a ese día.

Enséñame, GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora