Gabriel y August

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Intenté concentrarme en el profesor de bigote, o en el pizarrón, pero, en mi cabeza, August sonreía y me platicaba sobre el cielo. Respiré hondo y me di una cachetada mental. Tenía que dejar de pensar en él y en su incansable sonrisa. Esa que hacía cada vez que me miraba o cuando se ponía nervioso.

Cuando la clase terminó una persona impactó ambas manos sobre mi pupitre. Di un pequeño salto y sin querer dejé caer mi libro al suelo.

-Hola, putita -susurró Miller presumiendo una sonrisa socarrona. Miré su postura, estaba tan confiado como siempre -Dime, Gabriel ¿a quién le mamaste la polla este fin de semana? - preguntó inclinándose hacia mí. Siempre decía lo que quería mientras no hubiera un profesor cerca. En seguida, desvió la mirada hacia mi libro en el suelo demostrando cierto interés por saber de qué se trataba. Recogí el libro rápidamente y lo guardé en mi mochila, pues si Miller se enteraba que era para August probablemente lo destrozaría.

Hice ademán de levantarme cuando él preguntó: -¿A dónde vas? - reteniendo mi brazo. -¿También tienes clientes en la prepa? -añadió figiendo sorpresa.

Respiré hondo y me solté de su agarre. Vi cómo la gente a nuestro alrededor ignoraba nuestra presencia, así que decidí ignorar su pregunta también.

-Que te jodan -murmuré. Agarré mi mochila y corrí hacia la puerta del salón. Escuché como Miller me decía algo, pero lo ignoré. Me escondí entre la gente en el pasillo y huí hasta perderlo.

Seguí mi camino sujentando mi mochila con ambos brazos, y luego me detuve para respirar, pues estaba cansado de correr. En unos segundos, retrocedí cuando sentí que alguien se acercaba, llevando la mochila a mi espalda, listo para salir corriendo en cualquier momento. Sin embargo, aflojé los músculos cuando August sacudió una mano en señal de saludo. Le respondí el saludo y lo tomé del brazo.

-Vamos a las gradas que dan a la azotea -dije -¿Podemos? Es más cómodo comer allí -añadí. August asintió ante mi respuesta y caminamos juntos en silencio.

Al llegar nos sentamos en las gradas. Él empezó a comentarme sobre sus amigos. En un momento, entendí que su sonrisa era sincera pero era curioso que evitara mirarme de frente. Observé con detalle su rostro, buscando que me recibiera la mirada, y finalmente noté el leve tono carmín que amenzaba con teñir sus mejillas.

-August, ¿por qué te sonrojas? -pregunté. Había interrumpido el chiste que intentaba contarme, pero siendo franco no me interesaba saber "cómo queda un mago después de comer".

-Es que... -respondió August- estamos muy cerca -finalizó. Extrañado, miré la distancia que nos separaba, pero aquella no era la gran cosa.

-¿Perdón? No te entendí -hablé y aproximé mi cabeza de lado, pues estaba curioso por ver su reacción.

-No es nada -respondió subiendo un escalón más arriba del mío. Entrecerré los ojos ante su respuesta. Luego decidí ignorar aquello. Así que abrí mi mochila y saqué mi cuaderno.

-Ven aquí -hice palmaditas en el suelo para que August se acercara -Mira, estos son los pingüinos juanito -señalé con un dedo la imagen de un pingüino regordete caminando con las alas extendidas.

August se acercó con cuidado, inclinando su cabeza y tratando de mirar el libro sin generar contacto físico.

-¿Lo ves? Es rechoncho -mencioné señalando el pingüino. Me acerqué a él y nuestras rodillas rozaron. August dio un brinco e incrementó la distancia entre nosotros.

-Lo siento.

-No muerdo, ¿sabes? -comenté. Cerré mi libro y lo extendí hacia él - Ten. Te presto mi libro.

-Gracias.

Apoyé mis codos sobre mis rodillas y luego mi cabeza sobre mis manos. Observé cómo August abría el cuaderno y posé mi atención sobre el movimiento delicado de sus manos. Estas eran venudas, de dedos largos, y pasaban las hojas con sumo cuidado. Después miré su rostro. Sus ojos apuntaban a mis escritos y presumían la largura de sus pestañas. Imaginé a August pestañeando rápidamente. Aposté que de hacerlo enviaría volando a cualquiera como si de un abanico se tratase.

La luz guió mi vista hacia el cabello castaño de August, ciertos rubios brillaban al contacto con el sol, pero era un brillo sutil, bastante tímido. Además, se veía realmente suave. Sin notarlo, extendí mi brazo, y posé mi mano con delicadeza sobre su cabeza. Me di cuenta que tenía razón, pues la suavidad de su cabellera me hacía querer dar pequeños toques, como si de tratara de una mascota.

August se atoró con su aire, tosió un poco y se tapó la cara con una mano.

-Gabriel -comentó son la voz ahogada - ¿Qué haces?

-Ah -respondí en seco, y alejé mi brazo de él -nada, lo siento.

Nos quedamos callados por un momento, y vi cómo la pierna de August comenzaba a moverse sin control.

-Gabs -comentó. Giró su cuerpo hacia mí y apretó los labios antes de continuar -No sé por qué, pero me gustas mucho.

-Eso ya lo sé -respondí.

-Es verdad. Pero necesitaba decírtelo -dijo con la voz igual de entrecortada. Mantuvo la mano sobre el rostro, como si son eso ocultara el tono rojizo que teñía sus cachetes. Su reacción me generó ternura y no pude evitar ponerme nervioso.

-¿Así también te comportabas con Nathan? -pregunté -¿No podías siquiera hablar bien estando con él? -solté sin pensar. Me di un puñetazo mental por lo que acababa de salir de mi boca.

-¿Qué? No -respondió August. -¿Cuándo piensas olvidar ese tema?

Juguetée con mis manos y removí mis pies. Las mariposas en mi estómago no paraban de fastidiar. Era conciente de que mis palabras eran insensibles, y me arrepentí de haber abierto la boca.

-Lo siento.

Nuevamente hubo silencio, y ninguno se animó a hablar. Pensé que lo había arruinado y me sentí mal por la pregunta que le había hecho a August. Apreté los puños y respiré hondo para calmarme.

-August, acércate -le indiqué.

-¿Qué? ¿Por qué o para qué? -preguntó alzando las cejas. Por un momento miró mis labios, y luego asustado volteó la cabeza con vergüenza. Me seguía evitando la mirada, y yo no quería eso. Mis brazos se extendieron hasta tocar sus mejillas y en respuesta él enrojeció.

-Mírame, August. No me estás mirando -le dije y atraje su rostro al mío. Él se encorvó, pues mi altura era más baja que la suya. August abrió los ojos de sorpresa. Bajó su mirada nuevamente hacia mi boca y luego la desvió rápidamente.

-No puedo -confesó y apretó los labios. Sus dos manos sujetaban mis muñecas con delicadeza. Observé su rostro con cuidado, mientras él miraba a cualquier lado menos a mí.

-¿Por qué?

-Porque... A veces... -respondió e hizo una pausa antes de continuar- pienso cosas... -añadió casi inaudible. Sujeté sus manos y moví mi cabeza buscando su mirada.

-¿Y qué tiene de malo? - pregunté. August intentó mirarme pero falló. Se encogió de hombros y observó mis manos sobre las suyas. Apreté mis labios y sonreí. Cerré mis ojos y esperé paciente -Estoy esperando -añadí y me incliné hacia él.

Luego de un momento esperando a ciegas, sentí como August se acercaba con timidez. Lo oí tragar saliva y sentí el roce de sus labios sobre los míos. Fue un toque suave, inocente. Duró unos segundos y luego dejé de sentirlo. Cuando abrí mis ojos él estaba sentado más cerca, sonrojado a más no poder: avergonzado por lo que había hecho.

Mordí mis labios y sonreí sin notarlo. Ahora nos sentábamos el uno al lado del otro y mi corazón palpitaba casi tan fuerte como un bombo en pleno carnaval. Ambos guardamos silencio, mirándonos discretamente de vez en cuando. Las manos de August abandonaron su rostro y se apoyaron en el suelo y lo imité. Sonreímos y dentro de poco nuestros meñiques chocaron entre sí. Era gracioso, pues parecíamos niños jugando a ser novios por primera vez.

Entrelazamos las manos y permanecimos así hasta que la hora de receso finalizó.

Enséñame, GabrielWhere stories live. Discover now