2.

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Los labios de Rachelle golpearon suavemente los suyos, Daphne no tardó ni una fracción de segundo en devolverle el beso, tomando su rostro entre sus manos frías y ladeando el rostro, esperando encontrar más, queriendo más.

Daphne no sabía si estaba bien lo que estaban haciendo, pero entonces se preguntó: ¿cómo algo malo podría sentirse tan bien?

Los labios de Rachelle sobre los suyos se sentían como la gloria, como si Merlín hubiese decidido darle lo mejor de su vida esa noche, como si el universo se hubiera puesto de acuerdo para verla feliz.

Sus labios se movieron suavemente sobre los de Rachelle, hasta que decidió que quería más, necesitaba más. Sus dientes mordieron suavemente el labio inferior que Rachelle, que dejó salir un suspiro y Daphne no tardó en incorporar su lengua al beso.

No le importaba si alguien las veía. No le importaba si mañana se arrepentían. En ese momento solo existían los labios de Rachelle para ella.

Siguieron besándose hasta que el aire se hizo necesario, entonces se separaron, Daphne jadeando suavemente por aire y Rachelle encontrándose con que ese era el mejor sonido que había oído jamás.

Ambas se miraron durante unos segundos mientras recuperaban aire, entonces rápidamente se acercaron de nuevo y comenzaron a besarse. Sus labios se movían furiosamente sobre los de la otra. Daphne trataba de transmitir todo lo que podía en aquel contacto de labios, mientras que Rachelle solo se concentraba en besarla como lo haría con cualquier otra persona.

Cuando se separaron de nuevo, Rachelle le sonrió e hizo una pregunta silenciosa al extenderle su brazo, Daphne asintió y lo sujetó, luego sintió la familiar sensación de la aparición, segundos después sus pies tocaron terreno sólido, solo para luego caer sobre su espalda en algo cómodo.

Daphne se dió cuenta con aturdimiento de que estaba en la habitación de Rachelle, entre sus sábanas blancas y con ella encima suya mientras le besaba el cuello.

Esa noche, Rachelle tocó cada centímetro de piel que Daphne le ofreció, besó cada trazo de piel pálida a su alcance y, aunque Daphne sabía que Rachelle nunca podría ofrecerle las estrellas ni la luna, esa noche la hizo verlas, mientras sus jadeos y gemidos resonaban contra las paredes blancas de la habitación.

A la mañana siguiente, Rachelle despertó primera, su mirada se encontró con Daphne, que dormía a su lado boca abajo, con su cabello rubio esparcido por la almohada, su rostro relajado y sus labios entreabiertos, con su espalda desnuda y la sábana blanca llegando hasta la mitad de esta. Rachelle miró con atención su espalda y los lunares en ella, deseando pasar su dedo por ella y unirlos como una constelación, pero apartó esa idea y se puso de pie, dispuesta a recoger su ropa y buscar algo con que vestirse.

No sabía que pensar ni que hacer, se había acostado con Daphne. Rachelle al principio de conocerla se había prometido que solo serían amigas y que nunca se tendría nada más que eso con ella, lamentablemente, algunas promesas se rompen.

Daphne siguió durmiendo hasta la mitad de la mañana, cuando despertó se sintió ligeramente desubicada al ver las paredes blancas y la cama que claramente no era suya, pero rápidamente los recuerdos acudieron a su mente, dejándola algo confundida, luego se emocionó. Había tenido algo con Rachelle, la mujer de la que se había enamorado.

Pero la decepción llegó rápidamente, Rachelle no estaba a su lado, tampoco en otro lugar cercano, rápidamente se encontró pensando que quizás ella lo tomaría solo como otra de sus aventuras de una noche y su pecho dolió. Había sido una tonta, no tendría que haberle dicho que le atraía la noche anterior, tampoco tendría que haberle seguido el beso. Daphne se arrepentía con casi todas las células de su cuerpo.

Daphne se puso de pie, ignorando su desnudez y se apresuró a recoger sus ropas del suelo, vistiéndose rápidamente y deseando conseguir algo de dignidad después de lo que había hecho. Caminó hacia la puerta de la habitación una vez estaba con la misma ropa que la noche anterior y con sus zapatos de tacón en una mano, abrió la puerta y salió, encontrándose con el pasillo de paredes blancas con puertas de madera oscura que dentro tenían otras habitaciones.

Daphne sabía que el lugar era tan... sobrio y descolorido de antemano, pero eso no hacía que le gustara más. No sabía por qué Rachelle, siendo tan divertida y tan... ella, tenía las paredes blancas sin ninguna decoración, podría pintar cualquier cosa en ellas, como un mural.

Apartó sus pensamientos mientras se dirigía rápidamente a las escaleras, las bajó con rapidez, importándole poco si tropezaba y terminaba cayendo por las escaleras hasta el primer piso. El ruido en la cocina era notable evidencia de que Rachelle estaba ahí... o un ladrón también podría ser.

Daphne quería irse, quería aparecerse en su casa y llorar en su cama hasta quedarse deshidratada, pero no lo hizo, por dos razones. La primera: no tenía su varita, así que tendría que preguntarle a Rachelle por ella; la segunda: quería verla, quería saber si de verdad no había significado nada para ella.

Sus pies caminaron sobre la madera fría hasta la cocina, Rachelle estaba de espaldas, cocinando algo mientras tarareaba una canción. Daphne quiso pensar que su buen humor había sido por ella y por lo que había ocurrido la noche anterior.

«Quizás se ha dado cuenta de que está enamorada de mí» Se dijo con ilusión, recordando las mil películas en las que pasaba eso, todas las había visto gracias a Elizabeth.

Se aclaró la garganta, esperando llamar su atención, Rachelle dejó cualquier movimiento y volteó a verla.

—Hey—saludó con notable nerviosismo. Daphne se sintió optimista por ello—. Creo que debemos hablar de lo que pasó anoche, ya sabes.

—Bien—asintió, no se molestó en ocultar la sonrisa que apareció en su rostro—. Tú primero.

—No tiene que volver a pasar. No debe volver a pasar—Daphne sintió que cada gramo de felicidad se escapaba de su cuerpo—. Somos amigas, Daph, no debemos arruinarlo.

Fue un golpe duro, Daphne no negaría que le dolió si se lo preguntaran, pero se mantuvo sonriendo y fingió estar de acuerdo.

—Tienes razón, no debe volver a pasar, fue solo un error—la última palabra le dejó un sabor amargo en la boca—. ¿Sabes dónde está mi varita? Tengo que volver a casa.

— ¿No quieres quedarte a desayunar?—preguntó mientras tomaba algo de la encimera y luego se lo extendía, su varita.

—No tengo hambre—respondió con más agresividad de la que habría querido, tomó su varita, sintiendo la madera negra de nogal bajó sus dedos—. Y tengo mucho que hacer, lo siento.

Rachelle parecía ligeramente descolocada por su negativa, pero siguió sonriendo.

—Sí, no hay problema—se aclaró la garganta—. Ten una buena mañana.

Daphne le sonrió y, sin decir nada, se apareció en su casa, su sala de estar le dió la bienvenida, se dejó caer en uno de los sofás mientras suspiraba.

Lo sabía, sabía que Rachelle tenía razón, eso no debía volver a suceder, pero, aún así, quería que volviera a pasar.

Evermore || Daphne GreengrassWhere stories live. Discover now