10.

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Daphne lo miró, riendo con sus ojos cerrados mientras la pintura azul le cubría el cabello y parte del rostro.

—No puedo creer que me echaras la pintura encima. —rio él, mientras Daphne suspiraba y lo admiraba.

Él, con su cabello castaño y desordenado, el mismo cabello que llevaba hasta los hombros solo para que Daphne pudiera hacerle peinados extraños. Él, con sus dientes blancos e imperfectos, sus dos dientes al lado de los centrales estaban ligeramente torcidos. Daphne le había preguntado por qué no había dejado que se los arreglaran con magia, él había dicho que a su madre le habían gustado así antes de que muriera, y quería mantenerla junto a él hasta el día de su muerte.

—Deberías sentirte especial—comentó ella cuando él dejó de reír, sus ojos la miraban con atención—, esa pared la guardé en blanco tanto tiempo, esperando por alguien que viniera y la llenara de color.

—Oh, vamos, preciosa, sé que me elegiste solo por el buen café que preparo—él empujó juguetonamente su cadera contra la de ella—. Aunque solo me quieras por mi café, aún te amo.

—Sí, me casé contigo por tu café—dijo Daphne con una sonrisa—. Y por el lindo anillo que me diste, eso también sumó puntos.

Daphne lo miró con adoración, mientras él reía porqué sabía que no hablaba en serio. Daphne sabía que él era el indicado. Le hacía sentir como nunca antes nadie, la tranquilizaba y la llenaba de paz, la entendía como nadie podía, y ella misma lo conocía a él como nadie lo hacía.

Él movió su cabeza al ritmo de la canción que salía de los altavoces que había llevado a la habitación, lo vio sonreír levemente mientras metía su mano en uno de los botes de pinturas y luego la pasaba por la pared blanca, trazando un grueso trazo de color azul.

Daphne lo miró y lo escuchó, mientras tarareaba y fruncía el entrecejo, mirando la pared. Ella sospechaba que planeaba que pintar. Daphne recordaba todos los días cómo lo había conocido.

Lo había visto por primera vez hacia muchos años en Hogwarts, pero cuando él realmente la notó, fue en una calle muggle, Daphne había comenzado a salir a correr por las mañanas gracias a una recomendación de Astoria. Él casi la había atropellado con su bicicleta, y se había disculpado casi diez veces, Daphne solo lo había mirado con enojo y había seguido su ruta.

Se siguieron encontrando. En los supermercados muggles que Daphne frecuentaba. En la cafetería muggle que tanto le gustaba. En las reuniones sociales de su familia. En la calle.

A Daphne le gustaba pensar que había sido destinado.

Él estaba destinado para ella, y ella para él. Sonaba romántico y eso le encantaba.

Luego de encontrarse más de dos veces, él comenzó a invitarla a cenar, Daphne lo había rechazado cada vez, aún seguía pensando en Rachelle, hasta que un día antes de que él volviera a invitarla, los ojos cafés de Rachelle desaparecieron de sus sueños, y en su lugar, fueron los suyos azules los que aparecieron.

Daphne no se arrepentía de haber aceptado esa cena, y mucho menos se arrepentía de lo que había venido después.

— ¿Qué pintas?—le preguntó cuándo lo vio trazar con especial dedicación algo dorado.

—El hilo invisible que nos une, ¿no es obvio?—preguntó él, concentrado en lo que pintaba.

—Leí en internet que el hilo es rojo. —comentó ella.

—Para mí es dorado, diferente a lo demás y especial—entonces la miró—. Como tú.

Daphne lo miró sonreír antes de que volviera a concentrarse en la pared.

Evermore || Daphne GreengrassWhere stories live. Discover now