Capítulo diez.

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Comienza a escribir tu historia

Cath... Cath... Cath...

Se escuchaba a lo lejos una y otra vez, de un momento a otro sentí cómo me movían bruscamente.

-¿Qué pasa?-pronuncié mientras abría uno de mis ojos y cubría mi cuerpo con la sábana que había sido arrimada.

-Estabas gritando-se sentó a mi lado.

-¿Qué hora es?-me senté junto a ella.

-Son las tres con veintiún minutos- señaló el reloj de la pared.

-¿Qué estaba gritando?-me apresuré a acomodar mi cabello.

-Algo sobre tu madre, botellas o algo parecido-

-Lo siento-solté un bostezo.

-¿Estás bien?-preguntó mientras se levantaba lentamente.

-Sí, descansa-me levanté y me coloqué unos zapatos que no estaba totalmente segura si eran míos o eran de Mia.

-¿A dónde vas?-preguntó mientras se acostaba en su cama.

-Tranquila, descansa- abrí la puerta y salí a la oscuridad de la madrugada.

El FS de noche parecía sacado de una película de terror, hasta podías pensar que alguien estaba a tu acecho. Sólo era alumbrado por los pocos reflejos de la luna por la ventana y una pequeña brisa era capaz de colarse en el rincón más pequeño de tu cuerpo.

Me encontraba caminando sin rumbo y percibiendo cómo el aire se mezclaba con el olor a cigarrillo que emanaba el suéter de Thomas, me dolía la cabeza y las rodillas comenzaban a sonar, me senté en un banco que se encontraba junto a un árbol, indicaba en letras grandes "CADA HOJA ES UN SUEÑO" y era muy absurdo cuando las hojas ya comenzaban a caer. Hubiera querido que fuera como en una de esas novelas o programas de televisión, donde siempre que te encontrabas sola de noche salía alguien que de un momento a otro se transformara en tu confidente o hasta en tu gran amor, pero no estábamos en una novela clásica y una paloma era lo único parecido a compañía.

-¿Qué secretos tienes para mí?-le pregunté a la pequeña paloma.

Y como si de verdad me entendiera posó sus ojos en mí.

-¿Quieres compartir una botella?-me reí por mi falta de razonamiento en ese momento.

Así la paloma se fue volando a un punto invisible para mí.

Miré el reloj y ya marcaba las cuatro con ocho minutos así que me dirigí a las duchas de aquel centro de rehabilitación, las luces del estaban apagadas y me costó aproximadamente cinco minutos encontrar el interruptor, al encontrarlo me miré en el gran espejo de al frente; mi cabello estaba completamente despeinado, el suéter de Thomas era como cinco tallas más grandes y, aunque el espejo no lo podía descifrar, estaba segura que mi aliento apestaba a alcohol junto con aroma mañanero, escogí una de las duchas y me adentré no sin antes despojarme de toda la ropa, el agua estaba demasiado fría para mis gustos pero poco a poco mi cuerpo se fue adaptando a la temperatura.

De niña no me gustaba darme baños, pensaba que eran una pérdida de tiempo que interrumpían mis series de televisión, ahora son mi momento de escape donde todo puede salir con el jabón; o eso pensaba yo, pero estaba bien pensarlo por un minuto, estaba bien pensar muchas cosas.

Terminé de bañarme y tomé una de las toallas de emergencia que se encontraba colgada en un estante, me envolví en ella y salí sin pudor alguno, ya que, a las cinco con treinta nadie se encontraba fuera de su habitación.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora