Capítulo veinticuatro.

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Su risa explotó cuando mencioné el nombre que le solía dar al viejo gato que durante varios meses de mi vida me recibió en la entrada de mi casa justo a las seis de la mañana. Era un gato encantador, le gustaba jugar entre mis piernas y comer de la palma de mi mano. Pero como todo en la vida, un día se fue.

Sus ojos se achinaban y su nariz se arrugaba levemente mostrando sus hileras de dientes. Era un joven muy atento, lleno de vida y, les puedo asegurar que, si fuera como todas las jovencitas con hormonas que se encuentran en el instituto, en este momento estaría regando el ambiente con suspiros.

-Entonces, ¿te gustan los animales?- logró preguntar parando un poco su risa.

-No, para nada. Sólo me gustaba él-

-¿Dónde está ahora?- pasó sus manos por la mesa de la cafetería.

Eran las seis con diez minutos cuando me encontraba sentada en la escalera que conducía a mi casa, diez minutos de retraso y el frasco de comida se comenzaba a desplazar sobre mis manos. Yo tenía trece años y asistía a la escuela, mi uniforme se comenzaba a arrugar. Lo esperé, lo esperé durante media hora más hasta que mi padre me gritó que levantara el trasero y fuera a estudiar, porque con mis falsos sueños de ser fotógrafa nunca iba a prosperar. Pasaron los días y el frasco de comida cada vez se desplazaba más, pero él se había ido y yo lo debía superar.

-No lo sé, los seres siempre buscamos un mejor lugar- levanté los hombros.

-¿Qué mejor lugar que no sea tu corazón?- estaba muy serio.

-No, John- me reí un poco -No sabes lo que hablas-

Él me regaló la una sonrisa llena de seguridad y ternura.

-Tal vez sepa muy poco de ti, pero estoy dispuesto a saber más-

-Estás dispuesto, pero no preparado-

Esto se podría considerar como una pequeña cita. Estábamos solos en la cafetería, con algo de comida y en sus palabras se advertía algo más que simple amistad.

-Déjame intentar- posó una mano sobre la mía aportándome incomodidad -Por lo menos por hoy-

-Puedes preguntar lo que sea. Hazlo en treinta minutos, ya debería ir a dormir-

-Perfecto- sonrió de oreja a oreja -¿Tienes hermanos?-

Mi corazón se encogió antes de contestar.

-No-

-¿Alguna pasión?- sus pupilas se dilataron un poco.

Y para ser sincera, Thomas apareció en mi cabeza.

-La fotografía- mentí un poco.

-¿Cuál es tu sueño?-

-No tengo un sueño- me reí al ver su ceño fruncido.

-Todos tenemos un sueño- se inclinó para atrás en su asiento.

-No, no todos-

-Está bien- dijo.

Pasada la media hora en preguntas superficiales me levanté de asiento y me despedí de él con un leve movimiento de cabeza.

-¡Espero que me des más noches como éstas!- gritó.

Desde el pasillo enfrente a la cafetería logré asentir sin ganas. Caminé lentamente hacia mi habitación, tal vez no quería llegar y encontrarme sola. Los pasillos comenzaban a llenarse de decoraciones navideñas y rodé los ojos ante ello.

La última navidad en casa mi árbol se incendió, y como cosa rara, no hubo ni un regalo bajo el mismo. Mi madre gritaba desesperada y mi padre sólo le gritaba que fuera un poco más mujer y que apagara el fuego.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora