Capítulo veinticinco.

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A veces llegaba a pensar que los días en el centro se hacían un poco más pausados, más calmados y rutinarios a su vez. Me despertaba, me dirigía al baño, luego por un café, lo seguía las sesiones diarias, dos horas en la cafetería y, por último, de regreso a la habitación.

¿Thomas? Lo he visto. Sí, mirarlo era todo un placer.

Solíamos cruzarnos en varias sesiones. Se suponía que debíamos trabajar en el tema de la adicción, pero estar a su lado me vuelve un poco más adicta. Nos sentábamos uno al lado del otro durante más de media hora sin emitir palabra. De vez en cuando sentía sus ojos taladrando mi cuerpo, y cuando él no lo notaba, yo solía deleitarme en él.

A medida que pasan los días nos apartamos un poco más. Es como una fiera ante un cazador; no sabe si lo van a cazar o si lo van a domesticar. Siempre con cuidado de no acercarnos demasiado.

-¿Un café?- me pregunta John cuando me ve entrar.

-Como siempre- le regalé una sonrisa.

En estos días mi relación con John ha cambiado un poco, para bien. Era un joven encantador y me hacía pasar buenos ratos. Eso era suficiente por el momento.

-¿Dormiste bien?- pregunta mientras se apoya en el mesón.

-Muy bien- me encontraba soplando el café.

-¿Algo planeado para hoy?- murmuró con cuidado de que nadie escuchara.

-Sí- le sonreí -necesito algo de ayuda para decorar algunos lugares...- me giré con la intención de provocarlo un poco.
Y lo logré. Fue detrás de mí y posó una de sus manos en mi cintura.

-¿Ayuda?- levantó una ceja.

-Eso he dicho-

-Eres muy afortunada. Estás frente al mejor decorador de navidad que podrás ver en tu vida- su sonrisa era muy reconfortante.

¿Reconfortante? Definitivamente estaba convertida en un caos. ¿Desde cuándo la palabra reconfortante podría describir al amor? Esto era completamente contradictorio a lo que me hacía sentir Thomas.

Dispuesta a olvidarme de esos ojos negros me fijé en el chico de ojos azules y le respondí:

-¡Qué afortunada soy! sería un placer que me ayudaras- rodé los ojos cuando no me vio.

-El placer sería el mío- sus ojos estaban envueltos en pasión.

En cambio, los míos no.

Su sonrisa era como las que te regalaban los niños cuando les dabas un juguete nuevo, o simplemente un dulce. Era algo que te llenaba, pero no por completo. Te llenaba a medias, tanto como una hormiga puede llegar un vaso.

-¿A qué hora nos vemos?- sus ojos recorrían mi rostro a toda velocidad.

-Te espero una hora después de la cafetería-

-Perfecto- metió sus manos dentro de los bolsillos de su delantal.

Me sentía algo incómoda.

-Te noto algo rara- volvió a su lugar.

Una risa irónica salió de mi boca.

-Yo soy algo rara, ¿No crees?- apoyé mis brazos del mesón para verlo un poco mejor.

-No- poseía el ceño fruncido -Bueno, sí. Pero me gusta que seas rara- sus ojos revisaban el menú.

Y sus momentos pasionales eran sólo eso; momentos. Para ser sinceros, hay una gran distancia entre la ternura y la pasión. No solía mirarme mucho a los ojos y cuando lo hacía, no tardaba en volver a recorrer mis mejillas.

Adicción || EDITANDOTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon