Capítulo diecinueve.

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¿Saben eso que se siente cuando pierdes todo? Te sientes destrozado, perdido, sientes que tu mundo se viene abajo, que la media luna sólo es una sonrisa burlona. Cuando tu mundo se viene abajo, cuando ya todo deja de importar, cuando las lágrimas ya ni se sienten resbalar por las mejillas sólo queda una cosa en la que pensar; esa persona.

-¡Mamá!- grité lo más alto que logré, como si me fuera a escuchar -¡Mamá, te amo!- las lágrimas corrían como corre un auto de carreras a punto de llegar a la meta.

Tiré las cartas al suelo y estiré mi camiseta de busca de liberación.

-¡Mamá!- grité un tono más alto entre gruñidos -¡Mamá, no me dejes!- me levanté del banco y me acerqué al viejo árbol.

Mi cabello era dominado por el frío viento, mis lágrimas eran dominadas por mis emociones y los golpes que soltaba hacia el árbol no llegaban a ser controlados por ninguna fuerza superior. Sentía que el aire me faltaba y que mis ojos iban a explotar.

-Mamá- susurré mientras me aferraba a una de las ramas del árbol -Mamá, escúchame, por favor-

Mis lágrimas no lograron parar ni siquiera cuando mi cuerpo impactó contra el suelo, justo al lado de la gran raíz del árbol.

-Te amo, ¿Está bien?- respiré profundamente y apoyé mi espalda en su tronco -Lo lamento, lo lamento tanto- pasé el dorso de mi brazo entre mis mejillas en un intento fallido para eliminar todas las lágrimas.

Tenía frío, tenía miedo, sueño, resentimiento, negación, tenía un amor que nunca fue dicho. Porque una madre llega a ser lo más importante; te da la vida, te alimenta, cuida y protege, está ahí para ayudarte en tus deberes, está dispuesta a recibir todos los golpes que van para ti, gastarían millones y millones sólo para verte sonreír, una madre siempre está allí en tus cumpleaños; cuando te vuelves una señorita, cuando ya dejas de ser niña, a los dieciocho, o a los dieciséis, está para inflar los globos, para hornear la torta, rellenar las invitaciones. Una madre siempre está ahí en un problema; para darte un abrazo, para darte una sonrisa, un beso, un consejo, hasta alimento -de esos que te llenan el alma. Una madre siempre está ahí en tus logros; para sacarte una fotografía, para escoger tus vestidos, para salir corriendo a darte un abrazo, para llorar de emoción.

Y yo nunca me fijé en esos detalles, pero siempre tuve la esperanza de que, en algunos años, llegaría de vuelta a casa con una caja de chocolates y me disculparía por todo aquello, nos sentaríamos en el sillón nuevo de la sala y ella me hablaría de sus nuevos libros y cuando cayera la noche estaríamos en el patio contando algunas estrellas. Pero cuando te das cuenta que eso nunca va a pasar, que nunca vas a poder pedir disculpas, o siquiera decirle que la amas, te sientes inútil, sientes que no vale la pena nada, pero lamentablemente el pasado no se puede borrar con lágrimas.

-Mamá, vuelve. Estoy aquí. Lo siento tanto- negaba una y otra vez.

En estos momentos de la vida se suponía que llegara la persona menos esperada con un ramo de flores, que te dijera que todo acabaría de la mejor manera, que era una broma, que te de un abrazo que borre todos tus pensamientos, te quite el frío, te diga que te quiere y que se quede contigo mirando al viejo puente, pero se suponía que eso sucediera en los cuentos o novelas, no en la vida real. En la vida real resulta que tienes que abrazarte a ti misma, tienes que secarte las lágrimas con tu brazo, debes arrancar la mala hierba, que buscar un suéter y, sobre todo, debes afrontar la realidad.

Solté un último gruñido y tragué en seco, el aire se coló por un instante entre mis fosas nasales, pasé mi mano temblorosa entre los cabellos adheridos en mi rostro gracias a la humedad.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora