I

45 1 0
                                    

Ada

Primera parte.

La Oscuridad.


Mi padre solía decirme que no confié en nadie. Pero y si a la persona que no podía confiar era yo misma ¿que se supone que haría?

Solía mirar el mar como si fuera mi hogar.

Siempre que estaba aquí el agua negra llena de sirenas y otros tipos de monstruos marinos a los que realmente no tenía demasiadas ganas de enfrentarme, rugía ante mi como si me estuviera diciendo algo.

Y sinceramente viniendo del Mar Oscuro, no me sorprendería que se materializara y me atacara. Pero hoy era diferente. Se formaban olas gigantes, tan oscuras como la misma noche que se destrozaban a tan solo unos centímetros de mi cuerpo, haciendo que reaccione dando un paso hacia atrás, hasta los pelitos de mi brazo se erizaron por ello.

Parecía una advertencia.

O era que simplemente que ya estaba delirando, que mi cerebro simplemente se imaginaba cosas por el hecho de que no había comido desde hace días.

Gire mi cuerpo recogiendo la canasta de mimbre apoyada en el suelo húmedo por la nieve fresca y me dispuse a dejar las estupideces a un lado, tenía cosas bastante más importantes que hacer que observar el agua, por más cautivadora que me resulte.

Con un empujón de mis propios talones, y el mismo viento que me pegaba la espalda, me metí al bosque de pinos plateados y raíces secas dejándome llevar por el viento que golpeaba mi espalda.

Mientras trataba de no hacer demasiado ruido, ajuste mi abrigo viejo en torno a mi cuerpo suspirando por el frio que hacía, me lo había hecho mi padre hace un par de años, con piel de cordero que en ese momento no era tan costosa como lo era ahora. Por otro lado, mi madre me había tejido un suéter verde oliva para el anterior invierno, cosa que reutilizo para no morir de hipotermia mientras busco algún alimento entre las ramas blancas que decoraban el suelo.

Un día por semana, un integrante de mi familia salía a buscar suministros para, claramente, sobrevivir entre la pobreza de los barrios bajos.

Éramos sangre negra, los oscuros, supuestamente todo lo que traía mal al poderoso pueblo de Ostium.

Nadie quería a los oscuros. Ni siquiera nosotros mismos.

Y aunque existíamos muchos oscuros como para exigir suministros a nuestro Rey, era imposible que consiguiéramos algo. No teníamos palabra aquí, no podíamos exigir nada ya que ¿quién nos iba a escuchar? Éramos oscuros y no. No teníamos palabra aquí, en ningún lado en realidad y nunca la tendríamos.

Comencé a recoger maderas del suelo, de la tierra con unos dejes de nieve. También piñas, troncos pequeños o hojas, todo para el fuego que pretendíamos hacer hoy por la noche en mi casa. Sabía que agarrar y que no, mi padre toda la vida me ha enseñado a manejar el fuego y crearlo con los materiales adecuados, aunque no era de mis cosas favoritas.

Procure ver a donde estaba más de diez veces. No confiaba en este bosque, nadie lo hacía y lo conocía demasiado como para jugar con el más de lo debido. Todo el mundo sabe que al bosque plateado y al mar se lo debe respetar. Por eso casi siempre estaba concentrada en no encontrarme a nadie por aquí. Menos a los Hikas. Ya que nadie se quería encontrar a un Hika. Ni siquiera un asesino experimentado en lo que hacia.

Eran despiadados, tan crueles como la realidad que te toca vivir en los días de oscuridad.

Por eso nadie venía a este bosque.

Nadie más que los que lo necesitaban, obviamente.

Entonces podría decir que ningún dorado venia por estos bosques.

Guerra De Corazones (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora