CAPÍTULO 16

10 3 0
                                    

Arpía

Criatura de la noche. Originarias de Tara. Con la mitad superior de mujer, patas y alas de buitre y ojos rojos brillantes. Suelen agruparse en manadas. Por su afición al oro y las cosas brillantes suelen trabajar como mercenarias. Sólo residen en Tara Virtual.

Puntos fuertes: Longevidad (de cien a cuatrocientos). Expiden venenos a través de la saliva y las garras.

Punto débil: C.I. bajo.

***


Aterricé junto a Alec sobre el camino polvoriento de la otra vez. Ante nosotros estaba el callejón donde apareció el muñeco de barro. Aún seguía allí, en un rincón junto a unos escombros, los añicos de arcilla descansando en la arena.

A la derecha de Alec bajaba el camino de tierra rodeado de tiendas que moría en un riachuelo cruzado por un puente de piedra como el de mi visión.

Me cogió de la mano y señaló en dirección al río con el dedo.

―Es por aquí.

Asentí y andamos con calma hasta los tenderetes. Había de todo tipo, desde alfarerías hasta marroquinerías pasando por tiendas de artilugios de magia y esoterismo. Todos eran más o menos de la misma altura, salvo una tiendecita muy pequeña y con las paredes oscuras, que daba la sensación de que estaba ahogada por los dos edificios contiguos. Una cortina de bolas de colores a modo de puerta dejaba entre ver una habitación oscura con extraños objetos relucientes.

La tienda de mi sueño.

Inconscientemente me detuve delante de ella impelida por una fuerza desconocida, como si mi subconsciente supiera algo que yo no.

No volví en mí hasta que sentí el tirón de la mano de Alec que seguía caminando.

Me giré de golpe y lo vi parado ante mí confuso.

― ¿Qué ocurre?

―Esta tienda...

Inspeccionó el edificio que había delante y asintió aparentemente más relajado.

―Ah, sí. Es de la abuela de Susan.

Miré a Alec sorprendida. El mundo era un pañuelo. Por lo que había soñado, la dueña era una adivina, así que podía esperarse en cierto modo.

―La vi en una visión.

― ¿De verdad?

Su ceño se frunció con curiosidad.

¿Debía entrar y comprobar que lo de Daven fuera algo del pasado o del futuro?

Alec me cogió con más fuerza la mano para hacerse presente.

―Venga, tenemos el tiempo justo. Si quieres, podemos venir cuando acabemos.

Asentí automáticamente y con eso zanjamos el tema.

Me llevó hasta una tienda que hacía esquina junto al río. Era, en comparación con la de la abuela de Susie, muy grande, de dos o tres pisos y blanca, con un techo de pizarra. Lucía en el escaparate un cartel verde pastel con extrañas letras pintadas a mano, con una caligrafía estilizada en dorado en un idioma que no reconocí.

Entramos por la puerta de roble y nos dirigimos a una pequeña sala donde había un mostrador, estanterías detrás de ésta con varios rollos de tela y herramientas, junto a ella un pasillo que conducía a la trastienda, en la parte izquierda un espejo de tres caras con un taburete de terciopelo azul marino y una alfombra blanca a sus pies.

Al Anochecer: La diosa y el mestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora