EPÍLOGO

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―Eres un envidioso, ¿sabes? ―Le dije a Alec.

Ambos estábamos tumbados en camillas contiguas de la enfermería del cuarto piso. A mi izquierda yacía sereno, tapado por una manta blanca hasta el torso y cubierto de vendas.

― ¿Disculpa? ―Arqueó las cejas, divertido.

― ¿Tenías que ingresar también? ¿Acaso te pensabas que se estaba más cómodo aquí que en la habitación?

Soltó una carcajada profunda y colorida que murió con una tos. Se cubrió el torso con un brazo por el dolor.

―No me hagas reír, que aún duele...

Me incorporé sin apenas esfuerzo. Tras una semana y ejercicios intensos que me obligaba a hacer la doctora Rose, mis músculos ya no estaban tan atrofiados por haber dormido durante días. No me especificó cuántos, pero sabía que fueron bastantes por cómo tenía el cuerpo.

Fui descalza hasta su camilla y me senté sobre el colchón a su lado. Le cogí la mano que no cubría sus heridas y la acaricié con los pulgares en formas circulares.

Miré su vendaje con culpa. Si hubiera reaccionado antes a la aparición de Jessica...

Él me levantó el mentón con delicadeza.

―Eh, no es culpa tuya. Olvídalo. Ahora está muerta.

―Pero no ha terminado todavía, ¿verdad? ―Sonreí sin alegría.

No dijo nada, sólo se limitó a mordisquearse los labios, pensativo, finalizando con un asentimiento de cabeza.

―Daven ya nos puso al día. Después de que te trajera en volandas hasta aquí, Williams dijo que ya sabía que alguien estaba por encima de Jessica, pero no que estaba delante de nuestras narices haciendo de topo... ―Me miró con cautela. ―Dijo que la avisaste tú.

Asentí.

―Vi en una visión cómo aquella mujer le daba órdenes. Daven me contó que descubrió a Jessica haciendo experimentos y que desde entonces la patrocina para hacerlos.

―Sí... Aunque, desde que la mataste, no ha aparecido ninguno más ni se sabe nada de quién la controlaba. Prácticamente ha desaparecido del mapa.

Aquello no me relajó mucho.

―Tranquila―Sus ojos color miel se encontraron con los míos llenos de determinación.―Williams no dejará de buscarla. La encontraremos, sea quien sea, y arreglaremos el portal. ―Me apretó la mano para darle más énfasis a sus palabras.

Varios pasos resonaron en el descansillo justo antes deadentrarse en la enfermería.

―Sigo sin entender cómo no me has dicho nada hasta ahora. ¡Ya te vale! ―Protestó una voz femenina muy familiar.

Me giré a tiempo para ver una Ana sana revoloteando alrededor de un Fredy con expresión seria.

―Tengo mis motivos para actuar como lo hago. Y no tengo que darte explicaciones, Ana. ―Caminando hacia nosotros sus ojos dejaron de contemplar su rostro a admirar la belleza de sus vitrales favoritos.

― ¡Es mi amiga, idiota!

Sin mirar, alzó más la ceja ligeramente molesto.

―Ese tono. Recuerda con quién estás hablando, *Ana*.― Dijo su nombre con retintín demostrando que ella debía mostrarle respeto, pero que él podía permitirse todo tipo de tratos.

Ana resopló a unos pasos de nosotros y puso los ojos en blanco.

―De acuerdo, macho-Alfa.

Su ceja permaneció inmóvil, pero una media sonrisa asomó en la comisura de sus labios.

―Señor Alfa para ti.

No pude contener una risita ante la cara de frustración de Ana. Al fin había un chico que la mantenía a raya. Era justo lo que necesitaba.

― ¡Lara! ―Espetó feliz Ana con una sonrisa y los brazos abiertos.

Sonreí de oreja a oreja arrojándome a sus brazos.

¡Al fin! ¡Al fin normalidad! Ana, sana y salva, sonriendo y revoloteando como si hubiera estado allí toda la vida y con fuerzas para aguantar mis achuchones.

La de vueltas que había dado todo. La de acontecimientos que nos habían arrastrado a una espiral incontrolable de cambios y Alec y Ana seguían allí, conmigo, vivos.

La aprisioné en mis brazos y la achuché con tanta fuerza que creí que iba a romperla en dos. Echaba tanto de menos su compañía. Los últimos recuerdos que tenía de ella eran de estar herida en la camilla, siendo secuestrada o controlada por Jessica, incluso atrapada como rehén durante la batalla del castillo.

―Antes de nada―Comenzó a decir Fredy. Su tono de voz, serio, me obligó a separarme de Ana para mirarlo. Me encontré con aquellos océanos profundos mirándome con intensidad. ―lo del asedio de los experimentos... Quería disculparme contigo, Lara.

― ¿Qué? ―Me pilló completamente por sorpresa. ― ¿Por qué?

―Jessica usó un títere igual que a Ana para atraerte hacia ella. No consiguió atraparla―La señaló con el ceño fruncido. ―pero no pude evitar que usara su imagen para debilitarnos. Me disculpo formalmente, Lara. ―Agachó la cabeza en una reverencia, cosa inédita y que jamás pensé que ocurriría viniendo de él.

Era cierto. Fredy me hizo una promesa en ese mismo sitio. Juró proteger a Ana.

― ¿Le pasó algo? ―Pregunté refiriéndome a ella.

― ¿Qué? ¡No! ―Exclamó Ana por él haciendo que el Alfa alzara la cabeza de su reverencia. ―Cuidó de mí en todo momento y luchamos juntos contra aquellos monstruos. ―Sonrió orgullosa.

Al final se iba a adaptar mejor que yo y todo. Aunque no podía negar que estaba satisfecha de haber matado a Jessica... dos veces. Aquel mundo tenía tanto que ofrecer, y faltaba mucho por aprender de él todavía.

―Si estás así, deberías ir a Tara Virtual y ver a los dragones. ―Dije recordando con ilusión el vuelo de aquellas criaturas majestuosas que Alec me mostró aquella vez.

―Espera, ¿has dicho dragones? ¿En plural?―Abrió los ojos brillantes, de ilusión. Se giró a Fredy y le dio un golpe como reprimenda en el brazo. ― ¿Por qué no me habías dicho que había más de uno?

<< ¿Más de uno? Ah, claro. Vería a Masamune..., Masamune Date... >> Repetí para mis adentros. Aún alucinaba con su aparición estelar y su conversión a cámara lenta en dragón en pleno combate. Sólo de recordarlo se me ponía la piel como escarpias. Por desgracia, había entendido que no pertenecía a Bale. ¿Sería de otro refugio?

―Ana. ―Su voz una octava más grave de lo habitual retumbó amenazadoramente entre nosotras. ―Sigue así y te daré unos azotes.

<<Espera, ¿eso ha sido una reprimenda o una broma coqueta?>> Pensé con cuidado de que no me leyera nadie la mente.

Busqué a Alec con la mirada y me lo encontré con las cejas tan arqueadas que amenazaban con esconderse en su pelo.

<<Así que no son sólo imaginaciones mías...Vaya. >>

Pero Ana abrió los ojos, sorprendentemente con pavor. ¿Acaso la reina del flirteo no era capaz de leer entre líneas con el hombre-lobo?

Algo nuevo gracias a ese mundo tan maravilloso y tan prometedor.

¿Cuántas cosas me quedaban de él por conocer?


Al Anochecer: La diosa y el mestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora