Prólogo

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¿Qué da más miedo?
El monstruo que te asustaba cuando pequeño o el monstruo en el que te conviertes de grande.

***

X.

— Nunca te separes de tu oso de peluche. Recuerda que te amo Caleb. —esas fueron las últimas palabras que aquel pequeño de siete años escuchó de su madre al cerrar los ojos por última vez.

Caleb Burck era un chico delgado y pálido. Tanto que parecía enfermo, su cabello oscuro al igual que sus ojos no ayudaban a su apariencia, era hermoso... pero lucía muerto y apagado. Aunque si mirabas bien en lo profundo de su ser, quedaba una gota de esperanza.

Pasaron meses después de la perdida de su madre, para ese entonces Caleb ya tenía ocho años y estaba más muerto que nunca. Todo él se convirtió en escalas grises y días lluviosos.

Sentado sobre una silla miraba con determinación su juguete favorito. Una lágrima rodó por su mejilla y la limpió con el dorso de su diminuta mano. ¿Qué le habrá querido decir su madre?, Él no entendía solo lo analizaba y por más vuelta que le daba no encontraba nada que lo ayudara.

Nunca se separaba de su peluche, dormía, cenaba e incluso lo llevaba cuando se estaba bañando. Su madre se lo pidió y él iba a obedecerla siempre.

—Hijo mío —le llamó un hombre de unos cuarenta años, entrando a su habitación—. Siéntate sobre mi regazo.

Aquel niño que admiraba tanto a su padre, le obedeció e hizo lo que le pedía.

La inocencia de un niño puede llegar a ser tal frágil.

—¿Qué papá? —le preguntó amablemente, buscando su aprobación.

Caleb sabía que no podía enojar nunca a su padre, porque pasaban cosas feas...

Cómo la muerte de mamá.

—Recuerdas el juego de ayer, cuando regresamos del cementerio y yo me sentía muy triste —recordó—. Dijiste que harías cualquier cosa para ver feliz a papá.

—Si papá, lo recuerdo —el niño sollozó y comenzó a temblar. Recordando el mal momento—, pero no quiero jugar, eso te da felicidad, en cambio a mí me lastima.

—Hoy vendrán tus tíos, quiero que juegues a lo mismo con ellos. Te prometo que está vez no te va a doler tanto —agregó—. Ahora que mamá no está solo me tienes a mí. ¿Me quieres ver triste?

— ¿Lo prometes papá, no me a va doler? —una lágrima se deslizó por la mejilla del pequeño—. ¿Te pondrás feliz si juego con mis tíos?

—Lo prometo, hijo. Me harás la persona más feliz del mundo.

El niño se bajó del regazo de su padre y se fue corriendo. Entró en su habitación y agarró con fuerzas a su osito. No quería jugar ni con papá, ni con sus tíos. Su padre le decía que era un juego, pero en los juegos te diviertes y definitivamente él no se divertía con lo que le hacían.

Hacer feliz a papá era dañarlo y corromperlo a él.

Busco en su oso una vez más y encontró un hilo suelto. Siempre ha estado frente a sus narices y aun así no lo veía. O quizás no quería verlo.

En la parte trasera de su oso había una costura, la cuál rompió con delicadeza, el relleno cayó al suelo y junto a eso una hoja que no dudó un segundo en leer.

Si estás leyendo esto, significa que ya no estoy contigo y no podré protegerte. Por desgracia hay malas personas en el mundo y tu padre es una de ellas. Necesito que seas muy fuerte, siempre has sido mi mayor orgullo y mi más preciado tesoro. Sé valiente, yo intenté hacer lo posible para alejarte de él, pero al parecer fracasé porque ya no estoy junto a ti. No quiero que sufras ni que lleves una vida de porquería como he aguantado yo tantos años. En la parte baja de esta carta estará anotado un número telefónico de mi amiga, esa que cada año te regalaba un suéter espantoso por tu cumpleaños, pero tú decías que te gustaba para que no se sintiera mal. Quiero que la llames y le digas que yo necesito que te proteja, ella entenderá. Mi vida tu padre no debe enterarse de esto. Apenas leas, huye, espero que ya no sea demasiado tarde, cuándo seas mayor lo comprenderás. Siempre te voy a amar y cuidar desde el cielo.

Otro chico de ocho años no entendería, pero Caleb siempre fue el mejor en su clase y comprendió que debía escapar.

Rompió su alcancía de porcelana y se guardó todos sus ahorros en los bolsillos de su pantalón. Agarró a escondidas el teléfono de su padre y huyó por la ventana llevando consigo solamente un pedazo de papel y su osito.

Logró encontrar a la amiga de su madre. Esta lo acogió como si fuera su propio hijo, sospechaba la situación debido a cada reacción del pequeño, decidió mudarse a Arizona y ahí empezar una nueva vida.

Caleb fue creciendo y cada día odiaba más a su padre, no entendía como la persona que te crió, de tu misma sangre podía hacerte tanto daño. Se convirtió en un adolescente solitario, que solo emanaba terror, mucho terror cuando te encontrabas con aquella mirada tan oscura.

Siempre le estaría agradecido a esa señora que tanto lo ha cuidado hasta el día de hoy, pero él jamás volverá a confiar en nadie.

A veces el daño viene de la persona que más amas y Caleb se negaba rotundamente a sentir otra vez algo parecido en su desgraciada vida.

Sin sentimientos no hay dolor.

La Bestia ✓Where stories live. Discover now