De la obra "Cuento del navegante"

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Obra: Cuento del navegante 
Escrita porjess4555

—¿Qué opinás de los valores que rigen hoy los conflictos armados? (Te lo pregunta una admiradora de las virtudes de todo buen caballero) —se dirige al Capitán Ruy Ramírez.

—¡Hola! Agradezco muy mucho que distraigas el tedio de estas rocas con tu ociosa pregunta. ¿O no es tan ociosa tal vez?


»He respirado el aire de cien épocas distintas, en distintos tiempos y muy distantes lugares, y os diré una cosa: en todos ellos el aire que recorre los campos antes de la batalla olía a lo mismo, y esto es a muerte inminente y a ruina para los inocentes. 

» ¿Si las razones que empujan a un puñado de hombres a ponerse unos frente a otros con ánimo de sacarse las tripas son siempre válidas? No son tal, por cierto. 

»Mirad, cada bando mantiene sus razones que lo hacen creerse del lado correcto del conflicto, pero esas suelen ser solo son las que otros hombres les ponen en los labios. Sabed que al principio de todo participé en muchas batallas allá, en mi Europa, y en todas ellas por orden del Monarca Mi Señor o de su Condestable. En muchas de ellas perseguí la gloria de ese hombre encumbrado en el trono, y en esas las verdaderas razones de cruzar espadas no eran las que se nos hacían creer. 

»No hay gloria en defender la honra personal de los altos hombres de Estado si ello no redunda en que un niño criado en los campos no pase hambre, y tened por cierto que poner una pica en Flandes nunca llenó la panza de un hijo hambriento. 

»Otra cosa fueron las guerras que permitieron a los cristianos expulsar a los invasores de sus tierras ancestrales, o cuando se persiguió acabar con los piratas turcos. Fueron razones legítimas, como estas que impulsaron a las naciones de Thule a enfrentar los poderes que amenazaron con quebrar el cielo, y que tan torpemente os he venido contando. 

»Pero no por ello me desdigo, y en verdad os digo que en todas ellas, incluso en las más honorables, el olor de la guerra siempre fue el mismo: el del miedo y el de la desdicha, porque ese niño hambriento de los campos, con razón o sin razón, puede morir, y eso es descorazonador. ¡Él es inocente!  

»Eso en cuanto a las batallas que libré al principio de todo, digo. Después conocí como digo otras muchas batallas, libradas por civilizaciones mucho más avanzadas que aquella en que nací.

»Con maravilla vi botar enormes navíos de guerra hechos de acero y varias veces más grandes que el Santísima Trinidad, y llevaban a bordo docenas de ingenios voladores que surcaban los cielos más rápido que los milanos, y aunque esto otro no llegué a presenciarlo, sí anduve por campos devastados por el Fuego Primigenio, desatado por los hombres a través de la manipulación de los mismos cimientos de la materia. Nunca vi cosa más terrible... Puedes tratar de escapar de las espadas y los cañones, pero no puedes escapar del fuego que lo arrasa todo a su paso; nunca vi nada más dañino y más arbitrario, e insisto.

»Pero en todas las guerras, en aquellas, más antiguas, y en estas otras, más modernas, la guerra siempre era la guerra, y el que en estas más avanzadas civilizaciones los hombres de Estado hubieran erigido tratados y normas aceptadas por todas la naciones sobre lo innecesario de los conflictos o la igualdad de los hombres, no impidieron que las guerras siguieran estallando, y por las mismas viejas razones. Los valores eran y son los mismos, en respuesta a vuestra cuestión, y no doy un higo por casi ninguno de ellos.

»Y es que como se dijo en otro lugar, y permitidme esta chanza por acabar: "La guerra... La guerra nunca acaba".

Gracias por su respuesta, Capitán.

Confesiones de personajesWhere stories live. Discover now