Capítulo 14

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Joel

¿Alguna vez se han sentido solos? O sea, no hablo de una soledad que se refiere a la ausencia física de otra persona, hablo de ese tipo de soledad que llega a ser tan densa que casi puedes confundirla como una presencia a tu lado, esa clase de soledad que te corroe la piel pero más el alma, esa clase de soledad que te hace cuestionarte firmemente si tú mismo existes. ¿Lo han sentido? Yo nunca antes había experimentado algo así, nunca había tenido la necesidad de pedir por el milagro de desaparecer y cuando hablo de desaparecer, me refiero a toda la expresión de la palabra, desaparecer de todos pero más de mí.

Desde que Erick se levantó de esta cama en el total silencio que rompía el aire, desde que se vistió callado con ese diminuto bañador, desde que atravesó la puerta sin mirar atrás, cada una de las lágrimas que no pensé que tenía guardadas, se precipitaron de mis ojos sin piedad, sin misericordia del hombre que yo era en ese instante. Tal vez transcurrieron diez minutos, la verdad no lo se pero pudo haber cambiado de era en años terrestres y yo seguía acostado, aún sin vestirme, sintiendo en mi propia piel las huellas dolorosas de lo más puro que he hecho en la vida, reconociendo que ese ardor infinito que recorre mi dermis, es mucho más que el simple despojo final de un acto carnal y suicida. Las huellas en mi piel, son la tortura implacable de haber convertido en real lo que yo sabía que ya era, lo que yo sabía que existía pero quise creer que estaba equivocado, quise enfrentar el embate amargo y cruel de un sentimiento que no podía ser para mí. Amarlo tal vez sería un pecado, un pecado descabellado y prematuro en cuanto horas de reloj se refiere pero en horas de latidos y desórdenes internos de abalanchas de necesidad, yo ya sabía que lo amaba.

No esperaba nada de él, no esperé nunca nada y entiendo ahora acá, envuelto entre sábanas manchadas de evidencias de algo más que placer, que él si lo esperaba, entiendo ahora mientras mis ojos arden, que no fui yo quien se entregó en orden de cumplir un deseo desesperado, él se entregó a mí, él me perteneció por el período de tiempo que duró nuestro encuentro, él se entregó por completo a lo que es su mente debió ser el lobo, el demonio del inframundo que solo vino a aprovecharse de la carne tibia y magra que cubría magistralmente su cuerpo sublime. Él se entregó sin saber que el demonio odió cada segundo, cada milímetro, cada respiración, porque el demonio mismo estaba siendo dominado por la etérea presencia del pecado santo, el pecado santo y bautizado con el nombre de Erick.

Erick es un pecado, es la suma de todos los males convertida en un pequeño ángel infravalorado, un pequeño ángel que camina por las mortales calles sin tener idea de lo que causa una mirada suya, un pequeño ángel que fue humillado y manipulado, ofendido y arrasado por el ser vil que vive en mí, por mi lado oscuro y egoísta, por el lado malamente llamado racional. Odiarlo fue solo la muralla impuesta para evitar que el encanto rompiera el ladrillo, fue tan solo el espejismo que cubría el hielo de la pared protectora de mi interior porque no quería aceptar lo que supe desde la primera vez que lo ví, desde ese maldito segundo imborrable en que sus esmeraldas puras hicieron frente a mis ojos.

Lamentarme no va a hacer que algo cambie, querer cambiar el pasado es obviamente una ilusión, en el mundo en que caminamos, las acciones que llevamos a cabo, tienen repercusión directa en el entorno en que vivimos, decir que mientras paso las manos por mis mellijas para borrar el llanto mientras me hundo en la realidad más cruda de la soledad insana, en el lamento más sincero y en el dolor más merecido, no hará que el pasado se evapore, no hará que las palabras dichas pierdan su punzante intención, no hará que él crea que estoy enamorado pero soy un cobarde que no se atreve a decirlo, no hará que el daño ofrecido a voluntad, se convierta en un campo de flores con colores primaverales, simplemente al partir, al escapar de este cuarto, Erick se llevó consigo, todo lo que nunca pude ofrecerle y sin embargo le di.

Cuando el miedo supera la razón, cuando el temor a enfrentar lo desconocido se afianza a tu pecho y te impide avanzar, suceden las desgracias. El tiempo no transcurre en medidas establecidas por estudiosos del Universo con fines de marcar un patrón de días y noches, el tiempo se mide en el dolor que causa, en el dolor que causa la espera, el desconsuelo, el desaliento, se mide en el número de sollozos comprimidos que destrozan el silencio de una habitación vacía, el tiempo se mide en los latidos rotos de un corazón que acaba de descubrir a ciencia cierta que ha perdido a eso que siempre supo que necesitaba, un corazón que entiende que las palabras rompen y las acciones destruyen, un corazón que se agota mientras su portador, repasa cada instante que vivió amando a eso que tanto odió.

Lo odio con tanta fuerza, lo odio por destruirme, por llegar de la nada a cambiarlo todo, por alterar sin querer el fujo común y patentado de una vida vacía y carente de realidades, lo odio por golpear mi muralla y desbaratarla en pedazos con tan solo la mirada. Lo odio porque no puedo tenerlo y aunque físicamente lo fue, el camino que eligió lo aleja de mí para siempre. Sus pasos arrastrados mientras se iba de mí, la densidad del aire por respirarlo juntos, la barrera implantada por el sonido del silencio, la cicatriz del amor que hicimos juntos y que se dividió en pedazos, no son más que firmas sobre el papel invisible, ese papel que dice que rompimos un pacto, un pacto dictado por la ignorancia y el orgullo, un pacto que justo ahora, debimos mantener ileso porque en el instante preciso en que se rompió, fuimos encadenados a la inmortalidad de un sentimiento que tiene que aprender a vivir entre las turbias aguas de las paredes que nos protegen para no enfrentarlo.

Actuar frente a él a partir de hoy, posiblemente será lo más difícil que haré en la vida porque el recuerdo de mi boca en su piel mientras sus gemidos llenaban el ambiente, mis manos en sus piernas tersas mientras me movía en él, sus labios benditos pidiendo a los míos que bajara al infierno, el calor impuro de su interior a mi alrededor y el simple hecho de poder verlo a los ojos mientras lo hacía mío, es por encima de todo, el peor castigo que me ha sido impuesto. Fingir que no me gustaba fue horrorosamente difícil, fingir que no lo amo, se que será imposible.

Walls ll JoerickOnde histórias criam vida. Descubra agora