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DOS: Roy

-Arden-

Salimos del centro médico poco tiempo después. El cielo estaba gris y triste, parecía que anunciaba una tormenta pronto. Seguía pensando en aquel chico. Me había atrapado.

Yo no me enamoraba, lo tenía claro, yo me obsesionaba tan profundamente que llegaba a doler. No lo veía mal, sin embargo, llegaba a ser una molestia algunas veces. Cuando digo que me obsesionaba, lo decía en serio. Podía llegar a hacerlo de desconocidos con solo verlos una vez, como con aquel chico.

Quería saber más de ese chico, quería conocerle, quería entrar en su mente. Algo en su mirada me llamaba la atención, tal vez fuera su aura peligrosa, o simplemente su atractivo claramente llamativo.

—Espero que esta vez te tomes tu medicación, Arden—dijo mi madre cuando llegamos al aparcamiento—Tendremos que vigilar que lo haces.

Con un solo «clic» el sonido de encendido de su coche rojo nos indicó dónde se encontraba.

—No quiero que me controles—dije abriendo la puerta del copiloto y entrando.

—Sé que soy muy insistente, pero haz un esfuerzo—suplicó abrochándose el cinturón—Por Rossie, por Roy.

Solté una risotada sarcástica.

—Roy me quitó la tranquilidad que poseía, deberías culparle a él por la última crisis. Pero claro, aquí la única que tiene la culpa soy yo, porque estoy loca.

Arrancó el motor y salió del aparcamiento. Siguiendo las indicaciones se adentró en la carretera y condujo hacia dentro del pueblo, donde se encontraba nuestra casa.

—Nunca he dicho que estés loca—dijo apretando el botón del intermitente derecho. Giró y volvió a colocarse en su carril—Roy no hizo nada malo, él solo se enamoró.

Suspiré.

—Todo el mundo piensa que estoy loca—murmuré más para mí misma—Tal vez no se equivoquen.

«El mundo está lleno de almas vacías y estúpidas. Tú eres especial, Arden, estás fuera de lo normal.»

—Bien, pues hazlo por mí.

Solté una risotada falsa.

—Por ti no haría nada—susurré con asco, no me escuchó.

Un sonido estridente resonó por todo el monovolumen. La insoportable melodía de una trompeta desafinada inundó mis oídos hasta el punto de querer cortarme las orejas.

—¡Coge el maldito teléfono!—gruñí.

—Estoy conduciendo, cógelo tú.

Volví a gruñir.

Rebusqué en su bolso por varios segundos. Su teléfono estaba al fondo de todo y no dejaba de sonar poniéndome de muy mal humor. Al fin lo atrapé entre mis manos y antes de que saltara el buzón de voz pulsé el botón verde.

—¿Sí?—pregunté pues no había leído el nombre de quién era.

—¿Arden?—cuestionó la voz al otro lado de la línea. Murmuré un leve «ajá» y volvió a hablar—¿Dónde está mamá?

Miré a mi madre, estaba entrando en una glorieta llena de motocicletas.

—Está a mi lado—dije.

Sonreí.

—Pásamela—ordenó.

—¿No quieres hablar conmigo, hermanito?—hice un falso puchero.

Divina Obsesión ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant