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CUATRO: Papá

-Arden-

La poca luz del amanecer se instaló en mi ventana. No me despertó, llevaba horas sentada en el reborde de la ventana observando el cielo, las nubes, las pocas estrellas que se veían por culpa de las farolas de la ciudad, y los grillos cantar. Minutos atrás mis dos hermanos se habían ido de casa, Rossie tenía que ir instituto y Roy se fue a entrenar.

No iba a la universidad, una de las razones era por mi trastorno, más tarde ocurrió lo de Marshall y me olvidé completamente de todo, no fui a la cárcel porque me diagnosticaron una enfermedad mental, me internaron nueve meses en el Winther. Desde que salí, desde que quedé libre era la misma rutina. Había veces que pensaba en que podría haber tenido un futuro precioso, con amigos, en la universidad, disfrutando. Pero, no me afectaba, esa era mi virtud. O así lo quería llamar.

Mi madre se había ido a llevar a Rossie al instituto y seguramente después iría a trabajar. Por lo tanto, solo estábamos Joey y yo en la casa.

Reflexionando un poco, no había estado tan mal sin ella. Había sido raro, ella siempre me protegía de todo, pero cuando vi a aquel chico de ojos perla ella se fue y me pensé que me había quedado indefensa, pero no fue así.

«No me volveré a ir, te lo aseguro.»

Resoplé y salí de mi habitación. Miré de nuevo el cuadro del pasillo y bajé por las escaleras hasta la cocina. Allí me senté en la mesa y miré con atención el bote que había delante de mí, junto con una nota.

No olvides tomarte el haloperidol, cariño, las tengo contadas.

Rodé los ojos al leer las palabras de mi madre. No quería tomarla, ella se enfadaría, pero no fue tan duro como pensaba pasar unas horas sin ella en mi mente. Además, mi madre dijo que iba a vigilar si tomaba o no la medicación y no lo está haciendo.

«No te la tomes.»

«Te meten ideas equivocadas en la cabeza.»

—¡Buenos días!—dijo Joey entrando por la puerta—No sabía que estabas despierta, te habría hecho el desayuno.

«No te tomes la medicación.»

—Descuida—contesté sin mirarle. Seguía observando el bote con las pastillas. No sabía qué hacer.

De pronto el marido de mi madre se sentó a mi lado observando lo mismo que yo.

—¿Ya te has tomado la dosis de hoy?—preguntó.

No contesté ni le miré. Prefería no hacerlo, no quería que me insistiera ni que me soltara un discursito de padre protector.

—Sabes que estamos aquí para ayudarte.

—Lo pude observar ayer—rebatí alzando la cabeza recordando la cena.

«Todos piensan igual que Roy.»

«Les ha puesto en tu contra.»

—Ayer se nos fue un poco de la mano, ya hemos hablado con tu hermano al respecto—dijo intentando forzar una sonrisa—No haremos más cenas familiares con Marshall en casa, quisimos dar un paso adelante pero retrocedimos tres. Lo siento.

«Él ya es mayor.»

—Roy es mayorcito como para vivir en un apartamento, lejos de aquí. Lejos de mi vista.

—Sus entrenamientos le dejan cansado, ya lo sabes—contestó levantándose—vendré en un rato.

Asentí sin mirarle todavía.

Divina Obsesión ©Onde histórias criam vida. Descubra agora