Prólogo

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18 de Septiembre, 1777

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18 de Septiembre, 1777

17° Graham Street, Ronway Village.

En una hostil casa se encontraba una familia. La madre, de rostro cansado y triste, sugetaba la temblorosa mano de su marido. Éste, con los ojos cerrados, ansiaba respirar, pero su cuerpo se lo impedía por lo que poco a poco su muerte se acercaba.

Apartado de ellos, en un rincón donde prendían la leña se encontraba un chico de diecisiete años observando la escena con cautela. Sabía que su padre iba a morir y le repugnaba pensar que su madre se iba a encargar de la casa, de su cuidado y de todo lo que envolviese su vida. Su padre nunca había tenido la oportunidad de vivir como un hombre, era sufridor de una enfermedad desconocida en la época.

—Winther, aguanta un poco más—suplicaba la mujer a su marido—es otra parálisis, ya verás como todo saldrá bien.

—Va a morir, madre—dijo el chico.

La madre dio un salto al escuchar a su hijo y se puso a llorar por su poca compasión.

—Vaya a por agua, yo me quedaré en su velo—volvió a hablar el joven.

La madre lo miró pensativa, pero asintió con la cabeza y soltó la mano de su marido. Salió de la sala en busca de agua para mojar en el trozo de tela que cubría su frente.

El joven se acercó a su padre y le miró con asco y repulsión.

—Ha fallado en su labor como hombre, padre—dijo con un hilo de voz, su tono era neutro y siniestro.

Sonrió.

El hombre abrió los ojos de golpe, sus pupilas se delataron al ver la maldad en el rostro de su hijo.

Intentó tomar vocanadas de aire, pero le fue imposible, los musculos le fallaban y comenzó a tener calambres por todo el cuerpo.

—¿Qué mejor que su hijo para aliviar su sufrimiento?—preguntó el chico cogiendo el trozo de tela de su frente.

Se subió las mangas de su camisa y relamió sus labios. Le parecía inútil, una molestia que su padre tuviera que depender de ellos para todo, por lo que sabía lo que tenía que hacer y no tenía ningún remordimiento.

—Nos vemos en el infierno, padre.

Colocó la tela sobre la nariz y la boca de su progenitor e hizo presión. El pobre hombre intentó moverse, pero sus musculos se agarrotaron impidiendole el movimiento. Aquella fue una muerte con tortura, pero no el primer asesinato de Dean Fisher.

La mujer entró con dos jarras de agua a su lado, pero las lanzó por los aires provocando que se rompieran en mil pedazos y que el agua se escabullera por el suelo como si de un río tratase. Su marido se encontraba con los ojos cerrados y su mueca de dolor había desaparecido.


¡¡¡Bienvenidxs a esta aventura llena de misterio, intriga, drama, y obsesión!!!

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Nos vemos en los próximos capítulos.

Maddie.

Divina Obsesión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora