La visita de la muerte

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Una noche la muerte
tocó a mi ventana,
no necesitó lanzar granitos de piedra
para despertarme
pues poco había dormido yo.
La hice entrar a mi cuarto,
qué opciones tenía,
y loca tú, le dije,
entrar así, con mi familia durmiendo
tras la puerta, el gato soñando
tranquilamente en el sillón
y mi pez dorado dando vueltas
en su pecera plateada,
¿Que acaso no ves que descansan
los vecinos tras aquella pared,
y que los pájaros también reposan en el árbol
y las flores sueñan con florecer en la mañana,
para que llegues tú, muerte, trepando por mi ventana,
¿acaso no ves cuánto mal harías
si rompieras la calma de la noche?

Entonces la muerte se sentó en mi cama
y yo me senté a su lado.
Pobre amiga, pensé, nadie la recuerda
al despertar y nadie quiere ser despertada por ella.
Ven muerte, le dije, no llores, dejaré la luz encendida esta noche,
hablaremos hasta la mañana,
hasta que los labios se sequen
y los ojos enrojezcan.
Ella intentó persuadirme,
pero acaso no había llegado yo
tan lejos ya, acaso no la había dejado entrar y sentarse a mi lado.
Nadie sabrá de nosotras, pocos se lo pensarán,
y cuando la luz del sol
irrumpa en la bruma,
y mi familia, mi gato y mi pez dorado,
y los vecinos, los pájaros y las flores
despierten,
solo entonces, solitaria amiga,
me iré a dormir.

CAFÉ SIN AZÚCAR Where stories live. Discover now