El mundo

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La puerta del balcón
se abre,
se ilumina la sala,
me invita,
me dice,
murmura,
«sal» «ven conmigo».
Y yo veo,
doy una ojeada
y luego la cierro,
porque no me llegó nada,
nada más
que el sonido
de un millar de cuerpos
que caminan sin destino,
que el olor
de la basura
que se acumula
en las cunetas,
la visión
del pasto
que nunca ha sido
cortado,
el ruido, el griterío
de las bocinas
que se apuran
por avanzar en la fila
como las almas
que se cuelan
en la cola
hacia el infierno.
La cerré y me senté
otra vez,
aquí tampoco hay nada,
pero al menos
esta nada
ya me es conocida.

CAFÉ SIN AZÚCAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora