Capítulo 3

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El sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor.
—Gabriel García Márquez


FRANCESCA

Cuando son las nueve de la noche recién me digno a levantarme, mi estomago gruñe del hambre, mi cabeza duele como es habitual y la molestia en mi abdomen se hace más presente. Me quedé dormida con la ropa militar así que me quito la camiseta y me voy a mirar al espejo del baño. Joder, si debí ir a la enfermería, el hematoma no pinta para nada bien.

Si bien los chalecos nos mantienen a salvo, extraño el traje que me diseñó Fernanda hace tantos años, recibí disparos con él y jamás me quedaban hematomas tan feos como los que me han quedado al rededor de estos años, lo bueno es que luego de unas semanas se quitan.

Lo que no se quita son las cicatrices, llegué a la BSGI con cuatro cicatrices y ahora tengo cerca de doce por todo mi cuerpo que he acumulado durante estos años, pero todas y cada una de ellas están tapadas con tatuajes. Si, me tatué.

Salvatore me insistió tanto para que nos hiciéramos un tatuaje que accedí, ambos tatuajes tienen el mismo significado y están en el mismo lugar, pero son diferentes. Era mi primer tatuaje y estaba cagada de miedo así que solo me limité a tatuarme las letras y él también se las tatuó, pero con más producción, sombra y colores.

Luego de eso creí que no volvería a ver una aguja, pero una noche estaba muy borracha con Fernanda y no encontramos nada mejor que sellar nuestra amistad con un tatuaje, luego vinieron las quejas de Katya así que nos tatuamos las tres estando más sobrias y así seguí hasta tapar todas mis cicatrices, de todos modos no es como si estuviese toda tatuada, son doce tatuajes diminutos que tapan cicatrices pequeñas como lo son las cicatrices de balas o las veces que me acuchillaron, nada muy exagerado. Mi favorito es el que me hice con Salvatore, es el que más significado tiene.

Un golpe en la puerta principal me saca de mis pensamientos y me pongo nuevamente la camiseta, me da flojera ponerme los zapatos así que que camino descalza hasta ella y la abro.

—¿Fabbian? —pregunto haciéndome a un lado para dejarlo entrar.

—¿Esperabas a alguien más? —pregunta cerrando la puerta.

—Si, a los chicos, pero dentro de una hora.

—Que interesante —posa su mano en mi cintura e inclina su cabeza dándome un beso en la mejilla—. Así que tenemos una hora...—murmura.

—Joder, sabía que me saldrían caras tus patatas fritas —lo molesto.

Él pasa de mi mejilla a mi cuello, comienza a besarlo y a juguetear con el lóbulo de mi oreja.

—Carísimas —responde apartándose un poco y quitándose la camiseta.

Siempre es un placer verlo quitarse la ropa, Fabbian tiene muchas cosas buenas, pero su cuerpo es excelente.

Rápidamente llevo mis manos al botón de su pantalón y lo desabrocho, continúo con el cierre y lo bajo dejando que la prenda le caiga por las caderas. Mientras se quita los zapatos y termina de quitarse su pantalón,  yo desabrocho los míos y me los quito deshaciéndome de mis bragas en el proceso. Luego Fabbian toma el dobladillo de mi camiseta y me la saca de un tirón hacia arriba arrojándola a cualquier parte, da un paso al frente para estar más cerca de mi y me levanta por los muslos haciendo que mis piernas se enrollen en sus caderas, posa una mano en mi espalda baja y pega nuestros torsos con la rudeza que lo caracteriza cuando estamos solos.

—¡Joder! —exclamo dolorosamente.

—¿Que sucede? —pregunta con preocupación guiándonos hasta la cama.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora